13 de agosto de 2021, Fortanete
El futuro está en lo rural
Aunque la patata es un alimento básico en los hogares, poca gente sabe que la mejor se cultiva a más de 1.000 m de altura. En España se consume al año una media de 26 kilos por persona. No queríamos irnos de Teruel sin saber algo más sobre este cultivo y en Fortanete conocimos a José María, agricultor ecológico que hace patata de secano a 1.400 m de altura. “Se parece a jugar a la lotería. Siembras pero no sabes cuánto vas a recoger. Depende de la lluvia, las heladas, el pedrisco… Y últimamente el problema más grande es la fauna salvaje”. Consciente de que no se pueden poner todos los huevos en la misma cesta, cogió el relevo de la empresa de construcción de su tío y compagina la agricultura con la construcción.
“En esta zona tenemos tierras que producen patata fácilmente. Tiene buena fama por la altura y porque se cultiva en secano. Quien las prueba nota la diferencia” nos dijo José María. Juan Laborda, ingeniero agrónomo de CERAI nos explicaba “La patata es originaria de los Andes y se cultiva tradicionalmente en el altiplano, es evidente que las zonas de altura serán las más adecuadas para su cultivo. Al ser el clima más fresco, se pueden poner variedades de ciclo largo que crecen más despacio (4 meses frente a 3).” José María lo confirma: “En Fortanete, por la climatología, los ciclos son más tardíos y no tenemos los problemas de zonas más bajas”. La patata en altura tiene menos plagas y enfermedades ya que las bajas temperaturas controlan los ciclos de las más habituales. También tienen menos afección de virosis y se utilizan como patatas de siembra. La calidad está relacionada con el tipo de crecimiento de los tubérculos. “Al enfriarse los suelos entre la noche y el día se favorece que los tubérculos tengan más presencia de fécula. Es más difícil que se den crecimientos muy rápidos que incrementan el porcentaje de agua en los tejidos del tubérculo, disminuyen la calidad y empeoran sus propiedades culinarias y organolépticas” apuntaba Juan. “Mi familia siempre había hecho patata y, a raíz de un curso de agricultura ecológica que hice, me di cuenta de que lo que se exigía para el certificado era similar a lo que hacíamos y lo ecológico le daba un sello de calidad. A principios de los 2000 me apunté con 12 hectáreas a unos ensayos del CITA de cultivo ecológico de patata, garbanzo y lenteja. Empezamos varios y montamos una cooperativa de patata ecológica de la zona pero al final me quedé yo solo”.
José María junto a su hermana Iluminada, que se ocupa del envasado, comercializa la patata directamente para que el valor se quede en casa. Lo venden a particulares, grupos de consumo y también en nuestro supermercado cooperativo A vecinal. ¡Qué alegría nos da conocer directamente los campos y las personas que nos alimentan! La patata es uno de los cultivos que más viaja entre fronteras para especular con él. En España, en el 2020 se exportaron 284.809 toneladas y se importaron 914.443 toneladas. Se exporta a Europa hasta un 70% de patata nueva de gran calidad, mientras aquí se consumen patatas viejas de otros países que se cepillan, lavan y presentan de forma atractiva pese a su baja calidad. La producción de patata se ha reducido un 60% en los últimos 20 años, dejando caer este sector que tradicionalmente ha tenido una importancia destacada en nuestro país. Trabajar por la soberanía alimentaria significa comprar local y apoyar a nuestras agricultoras y agricultores. “Parece increíble pero se venden patatas por muy poco dinero y se destinan a alimentar animales”, nos contó José María. ¡Animamos a todo el mundo a que ponga su pequeño tajo de patata ecológica en el huerto!, con 30m2 es suficiente para una familia.
José María también cultiva cereal y algo de forraje: trigo, cebada, centeno, avena y pipirigallo. Es inquieto y le gusta hacer pruebas con girasol, garbanzo, habas forrajeras… “La verdad es que esta zona no es muy productiva. Yo sigo con la agricultura porque me gusta, lo he hecho toda la vida”. Hablamos con él sobre el futuro de la agricultura y de nuestros pueblos, y lo tiene claro: “tanto para vivir en el pueblo como para ser agricultor te tiene que gustar. Pero que haya o no relevo depende en gran parte de darle el valor que tiene, que esté bien visto. Parece que quien es agricultor es porque no le queda otra cosa y no es así. El sector primario está infravalorado”. Parte de esto tiene que ver con la imagen que dan los medios de comunicación. Muchas veces muestran un mundo rural folclórico alejado de la realidad. “La prensa, la radio, la tele… Tienen un papel decisivo para desmontar falsos mitos. Tenemos que cuidar nuestros pueblos para que no se queden vacíos. Si se pierden servicios básicos es mucho más difícil recuperarlos”, nos decía.
Quienes tienen claro que su futuro está ligado al sector primario y a la tradición de su familia son Juan y Mapy Martorell Gargallo, sexta generación de ganadería trashumante, primera en hacerlo exclusivamente con ganado vacuno y que comercializa directamente a través de su marca Sabor Trashumante. Como ya vimos con Los Belenchones, la trashumancia es una práctica milenaria que imita los movimientos naturales de los grandes herbívoros siguiendo la evolución de las zonas de pasto verde. “Nosotros hacemos la trashumancia también por una cuestión económica. Si nos quedamos aquí en Fortanete con el frío que hace en invierno tendríamos que tener infraestructura, naves, tractores, gastar mucho dinero en pienso y forraje…” nos decía Juan. “Para vivir en el pueblo y quedarnos aquí apostamos por hacernos ganaderos ya que lo habíamos vivido desde siempre”, nos explicó Mapy.
La tradición trashumante les llega por la familia de María Pilar Gargallo, la madre de Mapy y Juan, que hacía la trashumancia de los puertos de Fortanete a la zona de Levante, el extremo. Allí conoció a su marido, Lionell Martorell, que con 14 años consiguió su primera oveja. “Compré mi primera oveja vendiendo caracoles” se reía Lionell. Él no venía de familia ganadera pero al conocer a Pilar se unió a la tradición. Lionell y María Pilar trabajaron siempre con ovejas. Tenían ovejas carteras, mezcla de rasa aragonesa y merina, y en los últimos años se especializaron en las merinas por la calidad inigualable de su lana. “Mi madre sigue haciendo queso para casa con leche de gente cercana, hoy mismo está elaborando el tradicional queso de Tronchón” nos contó Mapy. Durante años de pastoreo se dieron cuenta de que “había una parte de las fincas que las ovejas no se la comían porque el pasto se había hecho muy viejo, muy duro. Con las vacas se podía complementar y mejorar las fincas” nos contó Juan. Compraron las primeras 4 novillas de raza avileña en la feria ganadera de Cedrillas. Escogieron esta raza porque “es una raza rústica que necesita poco aporte externo de piensos, aprovecha bien el pasto. Además es una raza con facilidad de parto y muy andarina, menos señorita, que no le importa subir a los riscos”. Mapy y Juan tienen un rebaño conjunto de 200 vacas. “Aparte de la avileña también trabajamos con la berrenda en negro y berrenda en colorado. Las tres son del tronco ibérico. Son razas distintas pero morfológicamente muy parecidas”.
Siguen con la tradición familiar porque “somos dueños de nosotros y de nuestro tiempo” nos dijo Mapy. “Hoy en día, cualquier persona que quiera entrar en el mundo ganadero tendría que plantearse, por lo menos, que fuera ganadería extensiva”, nos dijo Juan. “Hay veces que dicen que la trashumancia se va a acabar, pero aquí seguimos nosotros. Tiene futuro, cada día hay más gente que está apostando por seguir. Es lo mismo que con la venta directa. Hay más gente que está empezando por la zona y dicen ¡os van a hacer la competencia! Al contrario, mucho mejor si somos más” decía Juan. Como ya hemos visto otras veces y como también hace José María con la patata ecológica, eliminar los intermediarios es la forma de acceder a precios justos para quien produce y quien consume. Y sobre todo, como nos decía Mapy “nada es equivalente a ver a la clientela recibir la carne. Valoran mucho que sea yo, la ganadera, quien lo lleve a la puerta de casa”. De esta manera quien compra puede conocer el origen de sus alimentos y además preguntar por consejos, recetas, etc. a los hermanos Martorell. “Es una locura que la carne se compre envasada en plástico en bandejas de los supermercados” añadió Juan. “La ganadería es un servicio esencial y se ha demostrado durante la pandemia. Ofrecemos alimentos de calidad para nutrir a las personas” explicó Mapy.
Dos veces al año la familia Martorell Gargallo hace la trashumancia. Tardan dos semanas desde Fortanete hasta el Delta del Ebro y pasan por lugares como los puertos Tortosa – Beceite o la zona de Els Ports. Se quedan 6 meses y vuelta. La trashumancia es una época de máxima atención. Moverse con 200 animales y sus terneros no es tarea sencilla. “Para hacer esto vamos, como mínimo, 5-7 personas: pastor guía, pastores a caballo, los de escoba que acompañan a los pequeñitos y las personas que se ocupan del hato”. Pastorean a caballo y a pie para poder controlar bien el rebaño. “Una vez que las vacas han hecho el camino ya se lo saben para las siguientes veces, aunque siempre hay alguna más movida” decía Mapy. Con esta familia aprendimos que cada vaca tiene su carácter, son animales gregarios con las jerarquías muy marcadas. “Es importante estar atentas a las que mandan para que no abusen de las otras y les dejen beber agua cuando llegamos a los abrevaderos”. Muchas son las anécdotas que nos contaban entre risas. “Ahora mismo tenemos a un grupo separado del resto, El Comando lo llamamos. Son las fugitivas. Hay una que siempre está fuera del pastor eléctrico y enseña al resto a escaparse. Las hemos tenido que separar para que no descontrolen a las demás” nos decía Juan. En una de las trashumancias, una noche, todavía no saben por qué, las vacas se escaparon “imaginaos, estábamos durmiendo y escuchamos como una estampida, tipo Jumanji. Esperamos a que se parasen y ¡ala!, a buscar vacas durante horas de noche. A las 6 conseguimos tener la situación controlada y mi padre nos dijo: venga a hacer café y a seguir andando” reía Mapy.
Cuidar del rebaño y del bienestar de los animales es la prioridad de estos hermanos. Tras la trashumancia el rebaño queda pastando en distintas fincas. Dos veces al día van a verlo para comprobar que todo está bien. Fuimos con ellos a la finca de Cantavieja, nos presentaron a algunas de ellas por su nombre y nos encantó ver cómo están pendientes de cada animal. “Conocemos todas las vacas y estamos pendientes para adelantarnos a los problemas que pueda haber” dijo Mapy. Juan nos explicaba: “lo más importante durante la trashumancia son los puntos de agua y que en los lugares donde paremos a descansar haya comida. No por nuestra comodidad, sino por la de los animales. La trashumancia es muy bonita y llamativa pero lo importante es mantener las vías pecuarias en condiciones, que no desaparezcan. El folclore ya lo pondremos luego”. Conservar la trashumancia es tarea de todos porque como dice esta bonita familia: la vida trashumante, la vida mejor.