6 de diciembre de 2022
El fuego nos transforma
Nos levantamos con ánimo para empezar la primera jornada de transición entre las dos zonas incendiadas: Moncayo y Calatayud. Salimos de Bulbuente donde habíamos dormido en un espacio que nos cedió el ayuntamiento. ¡Gracias, de nuevo, por la hospitalidad recibida! Al llegar a Ainzón nos acercamos a la panadería: “anda, sois las de las bicis y los incendios” nos reconoció la panadera. “Acercaos a la plaza que está Paula, nuestra alcaldesa, montando el belén”. ¡Qué bien nos sentó el conocido moscatel de Ainzón y los dulces que nos ofrecieron! Aprovechamos para preguntar cómo vivieron el incendio: “eran fiestas y el pueblo estaba a rebosar. Imagínate, llevábamos dos años sin celebrarlas. Desde el 112 se nos dijo que siguiera todo normal pero sí que suspendimos la disco móvil nocturna”. El relato de Paula nos conectó con todo lo que nos habían contado las vecinas y vecinos de los pueblos de Moncayo. A lo largo de estos días de pedaleo hemos podido encontrarnos y escuchar las experiencias que nos han acercado de manera directa y muy emocional a los tensos y difíciles momentos que se vivieron y se siguen viviendo en estos lugares. Recorrimos pueblos pequeños, ninguno supera los 300 habitantes, pero se llenan de visitantes en verano, justo el momento en que ocurrió el incendio.
En Añón, donde se originó el incendio nos recibieron Chema, el alcalde y varias vecinas y vecinos: Carlos, Esmeralda, Mayle, José, Abel, Arturo, Felisa, Herminio, Josu, Manuela y el pequeño Tasio. “Un incendio así es para vivirlo, nos pilló de sopetón. En un momento todo ardía. No estábamos preparados, ni material ni psicológicamente”, nos contaba Abel. Las condiciones de ese fatídico 13 de agosto hacían al incendio imparable: “en una hora el fuego ya había saltado la carretera con llamas de 3 metros, y en 4 horas habían ardido 4.000 hectáreas, con temperaturas de más de 35ºC y vientos de 80 km/h. Hay que dar gracias a que no hubo pérdidas humanas”, explicaba el alcalde. A las 15:30h empezó el incendio y cuando llegó al pueblo la gente se asustó mucho: personas en pantalón corto y chanclas haciendo lo que podían para controlar la situación, abuelas y abuelos corriendo porque veían las llamas. También los residentes del centro de menores salieron para echar una mano y proteger Añón y a sus gentes. Rápidamente se organizó el voluntariado para desalojar el pueblo y acompañar a las personas mayores. Al poco tiempo aparecieron los equipos de extinción y las autobombas con agua. La primera noche unas 14 personas de entre 30 y 50 años se quedaron en el pueblo para ayudar en las labores de extinción: “es un pueblo complicado, con calles estrechas para moverse en camión. Aunque teníamos que ir sorteando a la Guardia Civil porque no nos permitía estar ahí, nosotros conocemos nuestro pueblo y podíamos ser de mucha utilidad”. Y sí que fueron de utilidad, el incendio fue avanzando y los efectivos tuvieron que desplazarse a otros lugares. En Añón se quedó solo un camión junto a los voluntarios del pueblo para controlar el fuego. Más tarde llegaron las BRIF. “Mi padre que conoce muy bien los cursos de agua de Moncayo subió para dirigirlos y tener suficiente presión para poder llenar rápido las cisternas. La gente de los helicópteros se jugó la vida para seguir cargando agua en la piscina, los vientos racheados se los llevaban”, nos contaba Chema, el alcalde. El voluntariado resistente y los equipos de extinción hacían guardia para controlar que el fuego no se avivara. Como los teléfonos móviles no funcionaban quedaban cada cierto tiempo para pasarse información. La organización se centralizó en el salón del ayuntamiento desde donde se coordinaban turnos y avisaba de rebrotes. A partir del segundo día subieron refuerzos junto a Cruz Roja que les proveía de bocadillos y víveres. “Mucha personas estuvieron ayudando tanto la primera tarde antes del desalojo como el segundo y tercer día y su colaboración fue esencial”, recordaba Manuela.
Un relato parecido por lo estremecedor nos contaron en Vera de Moncayo. Allí nos recibieron Ángel, alcalde del pueblo y agricultor, Salvador, teniente de alcalde, Antonio, alguacil del pueblo y parte de los integrantes de la Asociación Vera & Veruela: Charo, enfermera jubilada de la zona, Natalia, vecina de Vera e Iñaki y Ana, zaragozanos que cambiaron la ciudad por la zona rural y hace unos años que viven en Vera. En el término municipal de Vera ardió el 90% de su superficie. El incendio rodeó el pueblo por los dos lados. Nos contaban que el fuego tenía una voracidad inaudita. Los tractores labraban para evitar que el fuego se extendiese y las llamas los adelantaban por las orillas. El Monasterio de Veruela no ardió porque el perímetro estaba labrado. “Todo fue muy rápido, a las 16h estábamos en la calle, veíamos el fuego a lo lejos y volvimos a casa pensando que era un fuego más. A los 10 minutos estábamos rodeados: fuego, humo, viento, calor, ramas volando… como si fuera el infierno. Y ya estábamos sin teléfono y sin agua. Hay una casa del pueblo que tenía una hiedra enorme en la pared y se volvió una bola enorme de fuego. Algunas vecinas tuvieron que saltar el fuego para poder salir del pueblo”, nos contaba Ana con los pelos de punta. “Sales de casa, coges lo que se te ocurre y piensas ¿qué me voy a encontrar cuando vuelva? ¿Dónde voy a ir? Cogimos el coche y a medio camino, ya a salvo de las llamas, tuvimos que parar para tomar aire porque estábamos emocionalmente superadas. Todo esto ocurrió en media hora”. Vera de Moncayo fue desalojada. En este pueblo hay una residencia de la tercera edad, y la gente estaba muy nerviosa por sus mayores. Como el fuego llegó pronto a la carretera, y era intransitable, las últimas personas tuvieron que salir huyendo por pistas y caminos.
Tras el desalojo, en Vera se quedaron en torno a una veintena de vecinas y vecinos que no quisieron abandonar el pueblo. A las 17h ya estaban sin teléfono y sin luz. Todo era un caos, los camiones y bomberos pasaban muy rápido, “teníamos que estar muy atentos. Nos organizamos en grupos de 2 o 3 e íbamos haciendo batidas y cada cierto tiempo nos encontrábamos en el pabellón para informar. No sé cómo hicimos todo esto, pero era necesario, porque se quema lo tuyo”, contaba Ángel. La colaboración de vecinas y vecinos también fue esencial, conocen el pueblo y los caminos, se colocaban en puntos estratégicos para controlar que no se reavivaran las llamas. Gracias a Antonio, radioaficionado del pueblo, pudieron mantener las comunicaciones e informar a la gente evacuada. “El lunes, cuando pudimos volver a casa no se podía dormir por el olor a quemado. Todo estaba lleno de ceniza, dentro y fuera de las casas”, contaba Natalia, “ver el pueblo y los alrededores calcinados, devastados, nos rompe el alma”.
En Ambel también pudimos reunirnos con parte de vecinas y vecinos, Pilar, Jaime y Cristina y con su alcaldesa, Paula. En este municipio ardieron 1.000 de las 4.000 hectáreas de su término. Paula también es apicultora, cuando le llegó la información del incendio fueron a ver sus colmenas y ya se dieron cuenta de la fuerza del fuego. Al volver al pueblo ya empezó a llegar la gente desalojada de Alcalá, sin embargo, los derivaron rápidamente a otros lugares con menos riesgo. A las 18h llegaba el aviso oficial de desalojo de Ambel, aunque gracias a que Paula ya había avisado con antelación a la gente más mayor para que se fuera preparando, a las 19h el pueblo quedó desalojado, sin caos y en orden. Hubo personas que se quedaron para ayudar y facilitar información a los equipos de extinción “si no se queda gente de la zona que conozca en profundidad el territorio y los caminos, agricultores y ganaderos, es imposible llevar a cabo los trabajos” reflexionaba Paula. El domingo en Ambel ya se había organizado una lista de voluntarios, que pasaron a la Guardia Civil, para quedarse en el pueblo y ayudar en las labores de extinción y control con distintas estrategias que coordinaban desde los equipos de profesionales.
Estos testimonios de los momentos del incendio son sobrecogedores, pero también nos llevan a recoger lecciones y buenas prácticas. Como recordaba Chema, de Añón: “si no luchamos y nos ocupamos de nuestros pueblos quienes vivimos aquí, nadie lo va a hacer”. En este incendio la colaboración y la coordinación entre los medios de extinción y las vecinas y vecinos ha sido esencial, aunque no en todos los casos ha sido una tarea sencilla. Es importante que existan planes de contingencia en los municipios que señalen los puntos de riesgo para conocerlos y reducirlos, e identificar y organizar a aquellas personas clave que, en caso de incendio, faciliten la coordinación con los equipos de extinción. Es necesario que los pueblos se doten de materiales básicos y conocimientos técnicos para poder controlar los conatos de incendios que puedan surgir.
Señalaba Ángel, de Vera, la importancia de mantener los caminos y pistas forestales en condiciones para poder usarlas en estos casos: “en el incendio la carretera quedó cortada por el fuego y sólo pudimos salir por el monte, esos caminos son esenciales para quienes vivimos aquí”. Y relacionado con esto, hablaban de la importancia de una gestión forestal adecuada. En Maderuela, carrascal de alto valor natural y uno de los primeros lugares por los que avanzó el incendio, antiguamente había una junta de propietarios que se encargaba de la gestión respetando ejemplares antiguos y grandes. En los últimos 15 años se dejó de hacer esa gestión generando una gran densidad arbustiva y la desaparición de los caminos. Se sabía que si en algún momento el fuego entraba allí cogería mucha fuerza, y así fue.
Natalia trasladó la reflexión, compartida por Paula, de Ambel, sobre “la falta de vías de comunicación e información fluidas, tanto en el momento del incendio como posteriormente, que faciliten trabajar de manera coordinada y buscar soluciones conjuntas para seguir adelante”. Porque en Aragón este ha sido el primer verano con incendios de esta magnitud, pero no parece que vaya a ser el último. Estas reflexiones nos acompañaron mientras subíamos a Tabuenca entre viñedos y niebla. Allí nos encontramos con Rocío, trabajadora forestal en el PFV de Calcena y José Luís, mecánico de bicis que dio un repasillo a alguna de nuestras compañeras de dos ruedas cuando por fin nos visitó el sol. Tras coronar el Puerto La Chabola, disfrutamos de una bajada espectacular hasta Tierga, Illueca y Gotor, donde nos esperaba Cristina, compañera bombera que nos recibió con una fantástica merienda junto a Rosa, su madre, Mariapi, su hermana y su sobrina Martina.
Terminamos la jornada cansadas, pero satisfechas. Compartimos una deliciosa cena en el albergue de Gotor entre risas, anécdotas y recuerdos de lo que parece que son semanas pedaleando juntas. Qué mejor cierre de día que con el video de las compañeras bomberas forestales.