22 de julio de 2021, Tramacastilla
Altura para el conocimiento tradicional
Aunque no lo parezca, la Sierra de Albarracín no son solo montañas y peñas, también hay fértiles valles donde la huerta y la fruta eran esenciales hace años. Jesús, conocido como China de la familia Los Sartenillas en Albarracín, nos lo contaba: “yo de joven trabajaba con un frutero que compraba la fruta en flor. Íbamos por todos los pueblos de la zona: Torres, Tramacastilla, Royuela, Albarracín… La fruta se guardaba en el edificio de la antigua cárcel, en el seminario o los escolapios, porque no había cámaras frigoríficas”. Se buscaban grandes edificios que tuvieran mucha capacidad para conservar la fruta. La Sierra de Albarracín era un centro de producción y distribución de fruta. “Recogíamos la que llegaba en los bajos del ayuntamiento, algunas veces traían de la zona del río Jalón. Las mujeres eran las encargadas de envasarla. Venía el camión de carga y la llevaba a Valencia”. Jesús recuerda todavía muchos de esos frutales: pera malacara, redonda, de roma, de botella, manzana normanda, emperatriz, esperiega, otel… Tantas variedades que han dejado de estar disponibles en el mercado porque las variedades comerciales se han impuesto.
“Había escaleras de 30 y tantos palos de pino albar, madera buena y de la zona para esto. La fruta generaba economía en los pueblos de la zona. Desde que empezaron los tractores se acabó lo de la fruta”, recordaba China melancólico. Tradicionalmente el cultivo de frutales se daba en las zonas altas y la vega quedaba para huerta, forraje y otros cultivos extensivos. La fruta de altura es de gran calidad por las condiciones climatológicas: es más crocante, y tiene más concentración de azúcares. Cuando pruebas una manzana o pera cultivada en montaña notas la diferencia. Con las bajas temperaturas, el ciclo de las posibles plagas se controla más y se tienen menos problemas de ataques. Por eso, se necesitan menos fitosanitarios en la producción de fruta de montaña. La orografía determina que las fincas de frutales en montaña hayan sido tradicionalmente pequeñas. Producir en estas zonas no es sencillo, las condiciones climatológicas merman mucho las producciones, se ha de estar muy pendiente del tiempo para actuar cuando llegan las heladas y, aun así, hay años en los que no se recoge nada. Con la mecanización y el cultivo intensivo de frutales, las producciones se trasladaron a las zonas más llanas de los valles con acceso más sencillo para la maquinaria en las que se establecieron grandes fincas. El valle del Ebro es un claro ejemplo: nuevos patrones de árboles pequeños para facilitar la recolección, variedades muy productivas, grandes extensiones de monocultivos, aumento de la producción total de fruta, y todo esto asociado al uso de maquinaria y grandes cantidades de fitosanitarios para controlar las plagas que aparecen con este tipo de manejo. Estas enormes producciones llegan en momentos puntuales y el uso de grandes cámaras frigoríficas para conservar se vuelve imprescindible. Cambió completamente el sector de la producción de fruta y las producciones de pequeñas fincas de montaña no pudieron competir contra ese modelo. Progresivamente fue desapareciendo su producción de fruta para comercializar y, con ella, la biodiversidad cultivada que se conservaba. Ahora es casi imposible encontrar esas variedades tradicionales que han acompañado la historia de nuestros pueblos las tardes de otoño.
“Ahora no hay problema, coges la fruta verde y la cargas a las cámaras” nos decía Jesús. Y claro, no es de extrañar, que ahora a los jóvenes no les guste la fruta, es que no sabe a nada. “Para mí la mejor era la manzana emperatriz, pequeñita y roja” nos dijo Pura, la mujer de Jesús. Las variedades tradicionales forman parte de la cultura y la historia de los territorios, conforman los recuerdos y las sensaciones. Nos trasladan a aquellos momentos en los que conocer los recursos propios de cada lugar era básico para la vida de cada pueblo. Pero esto no es solamente una reflexión nostálgica, las variedades tradicionales permiten tener acceso y conservar la diversidad genética que permite la aparición de nuevas características en los cultivos capaces de adaptarse a nuevas condiciones climáticas. Y, precisamente, en esa situación estamos ahora. “Todo ha cambiado mucho. Ahora hay más cosas pero hay menos vida” reflexionaba Pura recordando la vida de Albarracín cuando se llenaba de fruta.
Jesús, trabajando con el frutero, aprendió mucho y en los 60 se fue a Lleida a hacer un curso. Aprendió de poda y luego lo aplicó en la vega donde conservaba sus frutales. “Me llamaba mucha gente para que les injertase, se me daba bien. Algunos me conocen como el maestro”. Y maestro ha seguido siendo y por esta razón, contactamos con él a través de Alberto. “Yo con el China he aprendido un montón, lo conocí cuando trabajaba en el ayuntamiento de Albarracín y cuando empecé con el proyecto de los frutales en Tramacastilla no dudé en pedirle ayuda”, nos contaba Alberto que vive y es de Guadalaviar. Hacia 2016 empezó a trabajar el proyecto Fruter con el Centro de Investigación y Tecnología Agrolimentaria de Aragón (CITA) para hacer una prospección e identificación de variedades tradicionales de fruta con el objetivo de fomentar su implantación comercial en la zona. “Me recorrí los todos los pueblos de la Sierra que tienen algo de frutal y, como soy de la zona y la gente ya me conocía, me abrieron las puertas de sus casas y sus huertas. Me encantó escuchar a los mayores, que me contasen y me llevaran a ver esos árboles, en muchas ocasiones estaban abandonados”. Alberto ya había participado en otros estudios para recuperar el patrimonio de la zona como el que se hizo en el Museo de la Trashumancia en Guadalaviar.
Tras esta prospección, en el CITA llevaron a cabo análisis moleculares para constatar la singularidad de las frutas y en total se identificaron 19 tipos de ciruelos propios, 18 de manzanos y 22 de perales. Los contactos de Alberto permitieron encontrar una finca adecuada para establecer la parcela experimental del CITA. Fue en la zona de Argalla, en Tramacastilla y allí fuimos con Alberto. La carretera que llega desde Guadalaviar es impresionante: discurre paralela al río Guadalaviar, encañonado; con enormes paredes de roca cortada; y una frondosa vegetación de ribera. Tras nuestra estancia en las zonas más altas de la Sierra de Albarracín, llena de pinares, llegar a esta vega fértil con pequeñas parcelas de cultivo nos trasladó a un oasis. “Jesús me contaba que venía aquí con el frutero porque se producía mucha fruta y muy buena. Lo que más había eran manzanos y peras de agua” nos decía Alberto. En la finca de Tramacastilla hay unos 150 árboles y, de ellos, más de la mitad, son variedades locales y tradicionales. Este proyecto persigue la recuperación de recursos genéticos autóctonos, conservación y evaluación de los frutales locales. Se estudian las características organolépticas, color, olor, sabor y textura, su productividad y la resistencia a las enfermedades con el objetivo de recuperar la producción y fomentar su comercialización en la zona.
Esta parcela experimental es una de las que el CITA tiene en la provincia de Teruel. Desde el 2018 el CITA gestiona el Centro de Innovación de Bioeconomía Rural (CIBR) de Teruel focalizado en el sector agroalimentario, forestal y medioambiental. Marta Barba, coordinadora del centro, nos contó que otros proyectos vinculados a la agroalimentación que se coordinan desde el CITA Teruel son: EcoalTe (dinamización de la cadena de valor del almendro en Teruel: una apuesta por la producción ecológica), Pan de Teruel (valorización de cereales alternativos para uso panificable y su panadería industrial en la provincia de Teruel), HortalizaTe (hortalizas y legumbres tradicionales de Teruel: caracterización, evaluación y valorización), RegAteA ((recuperación y revalorización de tierras abandonadas en los regadíos de riberas turolenses), FiteMiel2 (recuperar la miel para recuperar el territorio: análisis melisopalinológicos, análisis del potencial de mercado y apiturismo. Primer y único centro de análisis de miel en Aragón), LactocynaraII (cadena de valor en la producción de leche y queso de Teruel: hacia un economía circular), enTer (desarrollo de envases bio basados en residuos y subproductos de la industria agroalimentaria de la provincia de Teruel).
Llegar a lugares en los que el conocimiento tradicional se valora y encontrar dúos estrella como Jesús con su sabiduría y Alberto con su fuerza nos llena de esperanza para seguir pedaleando. El futuro para nuestros pueblos, y para la sociedad en general, está en recuperar y valorar aquellos conocimientos locales que se han construido desde lo rural, gracias al aprendizaje de generaciones y su combinación con los avances que la ciencia y la técnica nos aportan. Relocalizar las producciones y las economías es la clave para la transición que necesitamos. El futuro será local y será rural.