23 de julio de 2021, Calomarde
Un vergel en las montañas
¡Qué alegría encontrarnos en la sierra de Albarracín con amigas zaragozanas que pedalean unidas! Hace tiempo que Marta, Sara, Ana, Sara, Marta y Rose pusieron la bicicleta en el centro de sus vacaciones. Empezaron haciendo pequeñas rutas en bici en pequeños grupos o en solitario y desde el verano pasado se juntan para compartir días, risas y pedaladas. No hay nada equiparable a pedalear en grupo, la sensación de fuerza y unión se multiplica y si es un viaje cicloturista todavía más. Bien lo sabemos nosotras que con Bielas Salvajes disfrutamos de rutas que nos quedan en la memoria y en el corazón para siempre. Así fue en Tramacastilla con estas 6 amantes de las dos ruedas. Compartimos comida, sobremesa y descanso a la orilla del río Guadalaviar y cuando bajó el sol pedaleamos juntas unos pocos kilómetros.
Pusimos rumbo hacia Calomarde, remontando el río Royuela – río Blanco que nace cerquita de esta población. Aunque seguimos a 1.300 m de altitud notamos el cambio. Fue una sorpresa llegar y ver la vega llena de huertas y frutales. No es de extrañar porque el proyecto que íbamos a ver se centra, precisamente, en la huerta: HortAlbar. Begoña Polo, originaria de Calomarde, fue a estudiar periodismo a Valencia. Empezó a trabajar allí donde se quedó 13 años. “Hubo un momento en el que me encontré viniendo cada fin de semana, me costaba volver los domingos. Me faltaba mi pueblo”. Así que se volvió hace 14 años. “Cuando les dije a mis padres que volvía les pareció una locura. Ahora están contentos por mi trabajo y porque estoy a su lado”. Y no es para menos, tener a su hija menor en el pueblo y trabajando la huerta les llena de orgullo. Al volver estuvo trabajando en Sodemasa, lo que a día de hoy es SARGA, empresa pública del Gobierno de Aragón que presta servicios agroambientales en el entorno rural. Llegaron los recortes y la echaron. Este trabajo le permitió conocer a mucha gente de la zona, descubrir parajes e incluso elaboró una serie de fichas con fotos de plantas con las que luego se creó una exposición y talleres didácticos sobre usos tradicionales de plantas medicinales de la zona “preguntaba a la gente mayor para aprender, sin duda son mi fuente de referencia, son un libro abierto. Siempre me he apoyado mucho en la gente de la zona porque son los que más saben. Ahora lo sigo haciendo para cultivar”. Siguió trabajando, a temporadas, de administrativa en los ayuntamientos de 4 pueblos. Viendo como estaba el trabajo y, cansada de la inestabilidad, decidió montar su propio proyecto “además no me gustaba estar toda la jornada laboral en frente del ordenador” nos decía.
A Begoña ya hacía tiempo que le rondaba por la cabeza hacer tomate frito, “se lo había visto hacer toda la vida a mi abuela y tenía su receta. Está riquísimo. Me parecía una idea genial”. Cuando empezó a plantearse en serio el proyecto las dudas la acechaban “me decían pero ¿dónde vas? ¿dónde te metes”. Por suerte, no desistió. Se formó en elaboración de conservas “algunos incluso los montaba yo. Conocía a gente interesante y los traía a la zona para que nos enseñasen”. Rápidamente se dio cuenta que “sólo con las conservas no puedes vivir así que decidí empezar a cultivar, en ecológico por supuesto, vender el producto fresco y transformar los excedentes en conservas”. En el 2019 llegó a la comarca información sobre el programa GIRA mujeres de apoyo a mujeres emprendedoras. Begoña asistió a una de las charlas y decidió presentarse. Fue seleccionada y gracias a ello “pude aprender mucho de gestión en general. Durante 4-5 meses hacíamos un trabajo de asesoría personalizada”. Fue seleccionada entre los 10 mejores proyectos de mujeres de España y tuvo que defender su idea delante de más de 300 personas en cuatro minutos. “Fue un reconocimiento que me ayudó a creer más en mí misma y en mi proyecto. Si me han seleccionado será que porque lo que propongo tiene sentido. Ahora sí, adelante” pensaba.
Toda la Sierra de Albarracín y Calomarde en particular, con sus espectaculares pasarelas del río Blanco y por la Cascada Batida, son un destino turístico que atrae a muchas personas cada temporada. “Al comienzo pensaba vender a tiendas de la zona y que quienes vienen de turismo probasen mis productos”. Después lo pensó con más calma, no estaba segura de que eso fuese a funcionar y adaptó sus ideas. “Uno de los beneficios de la formación que tuve fue que me abrió mucho la mente. Fue muy útil. A día de hoy soy capaz de cambiar”. Begoña nos contaba que poder diversificar y adaptarse a las necesidades de la clientela y a las circunstancias que vayan apareciendo es fundamental. Así que se quitó la idea de vender en tiendas y poco a poco, con el boca a boca, las vecinas y vecinos de la comarca le pedían verdura. “Tráeme un poco de esto, un poco de lo otro. Probaban y a la semana siguiente me pedían el doble. Les gustaba mi producto y aquí, en la zona, me pedía mucha gente”. También cultiva patata, de excelente calidad por la altura, y legumbres, garbanzos y judías, que procesa y embota. Sigue trabajando con pedidos por teléfono, pero le gustaría montar web y redes sociales lo antes posible “la realidad es que este trabajo implica mucho tiempo. Entre la huerta y el obrador se me va el día. Pero me exijo mucho, tengo mucho afán de superación y sé que pronto tendré eso también listo”.
Nos enseñó las huertas que cultiva y dimos un paseo por los alrededores del río Blanco. Sus huertas son cedidas, algunas pertenecen a la familia, lejana y cercana, y otras a vecinas. “La gente ya no las utiliza y están felices al ver que la tierra no se queda perdida. De vez en cuando les mando fotos y lo valoran mucho” nos decía Begoña con una gran sonrisa. Con pesar vimos algunos piazos que estaban sin trabajar. Es una pena ver que esas tierras tan ricas y sanas se quedan baldías. “Empecé con un invernadero y ahora ya tengo tres. Aquí es importante utilizar también malla antigranizo y mantas térmicas”. Comenzó sin grandes inversiones. “Tenía dinero ahorrado y no he tenido que pedir crédito. Vas haciendo pequeñas mejoras poco a poco. Solo llevo dos años, pero la valoración es muy positiva. Vas viendo cómo vas creciendo y me hace feliz”. La vega de huertas de Calomarde es un vergel. Están rodeadas de chopos y frutales y el sonido de las acequias con el agua que corretea convierte el lugar en un espacio mágico. No nos extraña que Begoña tuviera muy claro que este es el lugar en el que desea trabajar.
Visitamos también el obrador, muy sencillo y acogedor. Al ser un lugar en el que se trabaja artesanalmente no cuenta con grandes máquinas. “Mi trabajo, tanto en la huerta como en el obrador, es manual. Utilizo las recetas tradicionales y cocino todo con mis manos”. La maquinaria con la que cuenta es muy sencilla: una balanza, una olla especial de altas presiones como autoclave, una pila para limpiar las verduras, un fuego a gas y dos cacerolas… “Lo tenía claro, si quería sacar el mejor sabor tenía que hacerlo con utensilios que yo controle bien”. Además, las paredes, como todos los obradores, deben ser superficies lavables. Begoña optó por utilizar recubrimientos de PVC sanitario que evitasen los problemas de limpieza que a veces se dan en los alicatados. ¡Y lo hizo ella misma! Con ayuda de su padre, albañil. “Mi madre, Magda, y mi padre, Mere, me han ayudado siempre mucho y les estoy muy agradecida. Al principio cuando me metí en todo esto tenían miedo y se llevaron un disgusto y, aun así, me apoyaron desde el principio. Son maravillosos.” Nos contaba los líos de burocracia y papeleos que tuvo que hacer para el obrador “estuve casi 1 año para conseguir que todo estuviese en regla. Siempre te sacan alguna pega y muchas son un sinsentido. Por ejemplo, me decían que tenía que poner un cartel de salida en la puerta de salida. Y yo pensaba ¿pero si la única persona que va a estar aquí soy yo y ya sé por dónde se sale? Bueno, quieren el cartel de salida, pues ya está, lo pongo”. Vemos una vez más complicaciones en la burocracia que no se adapta a la realidad de los pequeños proyectos. “Cuando lo tienes claro sigues adelante, pero si viene alguien que quiere probar al final se desespera y opta por dejarlo y no complicarse más la vida”. Consciente de la importancia de estar bien informada, ha ido aprendiendo a través de cursos y le ha facilitado tener muy clara la normativa. Esto le da autonomía, la empodera y la ayuda a hacer frente a las trabas que desde la administración se ha ido encontrando. “A la administración le diría que agilicen los trámites. En medio de toda la marabunta hay veces que se te van las ganas y dirías dejo el proyecto y me dedico a otra cosa. Creo que deberían facilitar todo mucho más. Y, a la hora de la verdad, muchas de las subvenciones de apoyo al medio rural no llegan porque son restrictivas y tienen tantos cortes que solo lo pueden pedir cuatro personas. Es importante que esas ayudas lleguen a las personas que vivimos aquí”.
Begoña es una mujer decidida y con una fuerza interior que la conecta al amor por su pueblo, por la tierra, por la vida. Este es el motivo que la ha llevado a hacerlo todo en ecológico “no me imagino cultivar con fitosanitarios. Voy haciéndome mis preparados con cola de caballo, ortigas, fertilizo con estiércol y pregunto a la gente mayor, porque es la que más sabe.” Aunque cultiva en ecológico y no utiliza productos químicos de síntesis ni agrotóxicos no está certificada. “Es un sinsentido que el cultivo ecológico tenga que pagar para obtener un sello, mientras que los que utilizan productos fitotóxicos no lo tengan que hacer y además todo les sea mucho más fácil. Tendría que ser al contrario, la agricultura ecológica debería ser un premio para todos los ciudadanos”.