11 de julio de 2021, Burbáguena
El arte de dar vida
El primer día de ruta, por la tarde, nos juntamos en Burbáguena para hacer una de las cosas que más nos gusta: la comunicación cara a cara a través de un Taller de Huella Ecológica. Compartir la tarde hablando sobre cómo nos afecta la manera que tenemos de consumir, qué alternativas existen y qué limitaciones nos encontramos no es algo habitual. Llevamos estas inquietudes frente al molino de Burbáguena y junto a otras 15 personas estuvimos debatiendo. ¡Qué importantes y enriquecedores son esos espacios de reflexión colectiva! Aprendimos un montón. Entre las asistentes estaba María, de Luco, que nos habló de la comunidad energética que están formando en su pueblo. Como tantas veces hemos comprobado, cuestionarnos el origen de aquello que consumimos (por ejemplo, nuestra energía), buscar alternativas y hacerlo de manera grupal y organizada es la única solución.
Este taller se llevó a cabo gracias al ADRI Jiloca Gallocanta. Silvia, licenciada en geografía y especialista en desarrollo rural, es técnica en esta asociación y además está metida en todos los fregados. Silvia volvió al pueblo de su madre, Concha, hace 5 años. Decidió volver el día que se encontró pensando: “no sé por qué sigo en Zaragoza”. Silvia era parte de la cooperativa de investigación social Plebia con la que desarrollaban proyectos de participación ciudadana y planificación estratégica. Con este trabajo fomentó mucho su capacidad de escucha y conocer realidades muy diversas le permitió abrir la mente a nivel personal. Esto, sin duda, ha sido una buena baza para adaptarse a la vida del día a día en Burbáguena: “llegar al bar y hablar con quien sea sin tener en cuenta edades ni status”. Porque Silvia se preguntaba “¿qué quiero yo para la vida?”. Nos contaba que le gusta entrar en la iglesia y sentarse en los mismos bancos donde se sentaron sus padres, abuelas, bisabuelos, tatarabuela… “Y yo siento un vínculo con la vida. Y para mi hija, Lola, quiero lo mismo: que sienta ese vínculo con la tierra. Porque aquí dejas huella, aquí tu paso importa, aquí la gente te conoce. Es una forma de pasar por la vida importando”. Para Silvia, en el pueblo, todavía se mantienen el vínculo y la libertad que en las ciudades se han perdido. Además, la vida en el medio rural tiene más virtudes como una crianza en grupo donde la sabiduría que da el grupo no puede darla una sola persona o una pareja. Y en el pueblo tienes que espabilarte y te ofrece la oportunidad de ser más soberana sobre tus necesidades: hacerte la leña, cultivar un huerto, criar gallinas, e incluso, si necesitas comedor y actividades extraescolares para tus hijos, montar una asociación de familias para conciliar la vida. Nos decía Silvia “con lo que algunas personas se gastan en un coche yo aquí tengo mi casa, sin depender de hipotecas. Eso es calidad de vida por la soberanía que nos ofrece lo rural”.
Como veis, Silvia es una mujer muy activa y orgullosa de ser rural. Pero no es la única. Puri, Berna, Ana y Sandra fueron a Presura, la feria nacional para la repoblación de la España rural. Y pensaron “esto nosotras también lo podemos hacer”. Hartas del tono victimista que ponía el foco en lo que limitaba a los pueblos, ellas querían cambiar el discurso. “Vamos a dar una imagen real de la vida en nuestro pueblo”. Se sentían cosmopueblitas “somos gente de pueblo pero que a la vez necesitamos salir, viajar, cultura”. Decidieron hacer la feria Cosmopueblita en el 2019 y, la primera edición, dedicarla expresamente a la mujer rural. Porque la mujer rural siempre ha sido la que lo ha gestionado todo, la que realmente se mueve. “Basta ya de pensar que las mujeres están metidas en la cueva”. La realidad está cambiando: ahora están más presentes, incluso en la administración y “el cambio en los ayuntamientos en los que hay mujeres realmente se nota”. La feria se realizó a través del grupo de acción local ADRI Jiloca Gallocanta gracias al proyecto de cooperación Red SSPA, áreas escasamente pobladas del sur de Europa. La primera edición se dedicó expresamente. Silvia nos contaba que no sabían dónde meter a la gente, acudieron más de 600 personas y consiguieron el objetivo de dar visibilidad a las mujeres del pueblo. La idea es que esta feria vaya girando por distintos municipios de la comarca y quitar el miedo “porque en los pueblos pequeños se pueden hacer muchas cosas”.
Por ejemplo, en Burbáguena hace más de 20 años que la Asociación Burbaca organiza una semana cultural con la participación de los artistas locales, que no son pocos: Carlos Galindo, padre e hijo, Raquel Rodrigo, Chepe Pardos, Inma Pardos, Enrique Villagrasa, Simeón Martín, Begoña Fidalgo, etc., y, por supuesto, el granJosé Azul.
José Azul salió de Burbáguena con 16 años para trabajar en un bar de Teruel. Entre idas y venidas terminó en Zaragoza trabajando en una tienda de acuarios. Esa época le permitió volverse un observador de los peces, de la naturaleza, de su entorno. Tras un año sabático, con 24 años, junto con un socio, montó el bar musical Azul, centro neurálgico de la cultura zaragozana de los años 90 donde el arte estaba presente: música, pintura, fotografía, poesía… Y mucho funk y rock&roll. En el año 2000, mientras estaba trabajando en la barra, un cliente que llevaba varios días observándolo, le preguntó: “¿Y tú, qué haces aquí?”. Le invitó a un curso de forja en Poleñino, Huesca. ¿Un curso de forja? Siempre le había gustado utilizar sus manos. ¿Por qué no probar? Y se fue a Huesca a cambiar de aires.
Después del curso se quedó trabajando en Poleñino. Hacían muebles, encargos especiales y José nos contó que “mientras trabajaba en la forja cogía las herramientas e imaginaba figuras de animales”. Así que se animó a crear sus propias esculturas “las iba regalando y veía que a la gente le gustaba”. En 2006 montó su primera exposición, fue en la galería Artix, en el barrio de la Madalena. “Fue muy curioso porque yo era un tío popular en la ciudad y había desaparecido de Zaragoza. Y de repente, aparezco ahí con otra movida, y se creó mucha expectación”. De las 17 figuras que llevó vendió 12. Esto le impulsó a seguir con la escultura.
José trabaja el hierro, la piedra y la madera porque son materiales nobles. “El hierro es un material noble porque sale del mineral, de las montañas. Antiguamente se le entregaban barras al herrero para fundirlas y fabricar herramientas. Me gusta cuando el hierro se oxida porque lo que intenta es volver otra vez a la tierra” nos explicó con su visión poética. Su taller está lleno de desechos, miles de piezas, partes de maquinaria agrícola, cadenas de bicis, etc. esperando a reencarnarse en arte. José se inspira en su entorno natural “hago animales y plantas porque me fijo bastante en la naturaleza. Considero y creo que muchas de las herramientas están basadas en el mundo animal”. Ya de niño cogía las grandes tijeras de albardero de su padre José López, moviéndolas por el aire como si fuesen el pico de un pájaro.
Cuando ves sus esculturas no puedes evitar sonreír y pensar ¡Qué tío más bueno! por la creatividad a la hora de utilizar los materiales y conectar formas y por la belleza de cada pieza. “Yo no me metí en este oficio para pensar, sino para hacer cosas bonitas” nos decía. Encontramos sus obras por muchos puntos de nuestra geografía: tortuga en Albero Bajo, hormigón azul, araña de la acequia, peces en Utebo, cola de la ballena en Burbáguena, en un futuro próximo estará la cápsula del tiempo en el pantano de Lechago, un ojo para mirar al futuro en homenaje a la batalla de Cutanda, premio chopo cabecero, premios de la música aragonesa, y en sus obras también trata temas de actualidad como la COVID-19 o reivindicativos como la lucha contra la violencia de género. Desde 2012 posee un taller de forja portátil con el que realiza talleres, demostraciones y exhibiciones acercando su arte a vecinas y vecinos de los pueblos. Para José es importante acercar el arte y la escultura a todo el mundo. Un ejemplo de ello son los talleres que realiza con peques y no tan peques arañas bombilla.
Las esculturas de José Azul maravillan a quien las ve. “Yo he participado en todo: encuentros, exposiciones, presentaciones, eventos… Movía mis esculturas porque sabía que si las veía mucha gente iba a vender”. La obra de José se encuentra también en muchas casas. Él desea que el arte sea accesible para todas y por eso los precios de sus obras están adaptados a todos los bolsillos. Muestra de esto es que en Zaragoza hay más de 2000 piezas decorando rincones de particulares. En Burbáguena paseamos con él para descubrir también estos tesoros en las fachadas: las hormigas en casa de Jaime y Pilar, la tortuga en casa chinas, la garza de casa de la familia de Silvia, la casa de Chus y sus ovejas, el pajarito del balcón de casa Cutando, etc.
Burbáguena es un pueblo muy hospitalario. El primero José, que nos ha abierto su casa, sus amigos y su mundo: ¡un anfitrión sin igual! Un tío humilde, cercano, con una vida llena de experiencias y personas que le quieren. Es una delicia compartir sobremesas y risas para ir descubriéndolo. Nos falta una fiesta con José, te esperamos este año, de nuevo en Alloza.
Conocimos también a Laura, Guille, Farlet, María, Ana y por supuesto, a Vicente, pastor, jotero y actualmente maestro hortelano que a sus 94 años sigue con la azada trabajando la tierra y cantando jotas en el bar. También vimos Charo que nos dijo “yo soy pariente de todo el pueblo. Aquí todos nos conocemos”. Estuvimos charlando con Adrián de Báguena que desde hace poquito tiene 60 vacas de raza casina. Toda esta gente vive aquí todos los días. Nosotras le decíamos a José “sois un pueblo de artistas” y él añadía “es una pena que no vivan aquí”. Este mismo pensamiento lo compartimos con Silvia “hay mucho potencial y muchas posibilidades pero se necesita que la gente viva aquí para poder desarrollar los proyectos”. Comenzar ruta en la Comarca del Jiloca con la casa de Mª Jesús Martín, madre de José Azul, como centro neurálgico nos llena las alforjas de cariño e ilusión para seguir descubriendo la riqueza y secretos de la tierra turolense.