20 de julio de 2021, Bronchales
Sueños de altura
¿Sabíais que los cuatro pueblos más altos de la península Ibérica están en la provincia de Teruel? Bronchaleses el 4º con 1.575 m en la Sierra de Albarracín. A principios del S. XX, por la calidad de su aire, era ya un destino recomendado para pacientes con dolencias respiratorias. Principalmente gente de la aristocracia y burguesía valenciana venía a hacer estancias para recuperar la salud. Pasaron las décadas y las estancias residenciales en este pueblo se mantuvieron. Desde entonces, Bronchales ha seguido siendo un destino turístico importante y muchas familias han mantenido su vinculación. Ahora son atletas de alto nivel quienes vienen a entrenarse en estos parajes por la pureza de su aire y la altura.
Muchas familias venían a acampar por la belleza de su entorno de pinos centenarios dentro de los Montes Universales. A 1,5 km de Bronchales, subiendo hacia Sierra Alta, está el paraje de Las Corralizas donde siempre se había hecho acampada libre. Para controlar el impacto negativo de los campistas en el entorno, el ayuntamiento, propietario de este paraje, lo catalogó como zona de acampada y sacó a concurso la gestión. Por aquel entonces, Jorge, con 19 años y cansado de pasar los veranos trabajando de peón con su padre y su hermano, vio en Las Corralizas una oportunidad. Estaba todo por hacer y Jorge con sus ideas y su empeño fue mejorándolo poco a poco. La primera, poner dos calentadores a gas que funcionaban con monedas de 20 duros. Y servicio de limpieza y venta de productos de primera necesidad. “Yo iba todos los días a cada tienda con una riñonera y un cuadernillo para cobrar. Todo el mundo me conocía y alguno se me escapaba”, recordaba Jorge. Sus padres, Pilar y Antonio, le ayudaban en todo momento, eran sus trabajadores no asalariados, como él mismo. Ahí empezó el recorrido del actual Camping Las Corralizas.
Jorge siguió haciendo mejoras y uno de los grandes pasos fue cuando llegó la obligatoriedad de transformar los terrenos de acampada en campings. “Fue entonces cuando empecé a pensar en esto como una salida profesional. Tenía buen trato con la gente y me gustaba. Así que me fui a estudiar turismo a Valencia”. A punto de terminar, cuando solo le quedaba la asignatura de francés, decidió pasar los meses de invierno trabajando en un albergue en los Alpes. La experiencia fue inmejorable y desde ese momento su pasión por conocer nuevos lugares, culturas, idiomas, aprovechando el parón invernal de Las Corralizas, lo ha acompañado: Francia, Escocia, Andorra, Uruguay, México, etc. Eso sí, con la mente inquieta siempre volviendo a Bronchales cargado de nuevas ideas.
La ampliación de las infraestructuras del camping Las Corralizas ha sido imparable: construir un pequeño restaurante, distintas zonas de aseos e incluso instalar bungalows de madera que le permiten ampliar la temporada para ofrecer alojamientos en invierno a un número reducido de clientes. Es un lugar muy especial, que guarda los valores de la acampada libre, como nos contaba Jorge “Las Corralizas es un paraje natural, 85.000 m2 de bosque. Normalmente en los campings primero se hacen las instalaciones y luego se plantan los árboles. Aquí había un bosque y nosotros hemos introducido un camping dentro”. Así es, durante nuestra estancia pudimos observar que esa naturaleza es intrínseca. “Estamos intentando respetar al máximo como esto ha sido siempre”. En el camping no existe parcelación, aunque sí organización, y cuando termina la temporada las tiendas y las caravanas desaparecen quedando solo las infraestructuras mínimas y el bosque vuelve a ser propiedad de la fauna autóctona: ciervos, cabras, zorros, corzos, etc. Pasamos allá un par de días, la verdad es que nos encantó, muy cómodo, con sombra todo el día y terrazas niveladas para poner la tienda.
El camping Las Corralizas es el más alto de España. “Nadie está tan loco como para montarlo arriba del todo”, reía Jorge. Pero esta no es la única de sus locuras. Las Corralizas es un camping tecnológico, tiene una conectividad de alta velocidad a través de más de 8 km de fibra óptica y equipos potentes para agregar ancho de banda. Y es que, en realidad, Jorge empezó estudiando teleco porque siempre le han fascinado la física, los ordenadores y la tecnología. Quizá algo tuvieron que ver Mª Teresa y Eduardo, este último ingeniero de telecomunicaciones de profesión, que venían con sus hijos a pasar el verano en Bronchales. Como otras familias del pueblo, las más humildes, la familia de Jorge se trasladaba al pajar y les alquilaba la casa. Jorge, de bien pequeño, pasaba el verano persiguiendo a los niños de la capital que llegaban con su ordenador spectrum y sus videojuegos. Explica que “conservar el entorno natural es el principal valor y hay que nutrirlo con tecnología, con una buena conexión a internet por tres motivos: dar conexión de calidad al cliente; monitorizar los procesos vitales del camping que mejora la calidad de vida de quien trabaja; y crear una oportunidad para lo rural, para estar a la altura de cualquier instalación en cualquier parte del mundo. Porque las nuevas generaciones están impregnadas de tecnología y así pueden experimentar esta tecnología en un entorno rural. ¿Y por qué no la celebración de un evento tecnológico de alto nivel en un entorno como este?”.
No puede parar de imaginar proyectos, “siempre tengo futuribles en mente”. Él es ante todo emprendedor, nos decía “ser empresario es llevar una empresa, con todas sus acepciones. No sabes dónde va a llegar, tienes incertidumbres y, a la vez, satisfacción al ver que las cosas avanzan y prosperan”. La ilusión, el tesón y la confianza en los sueños son un motor muy potente que impulsa proyectos únicos. Esos proyectos que van trazando un futuro prometedor para las zonas rurales, y que nacen de mentes inquietas y sensibles como las de las siguientes protagonistas.
Valero y Laura son de Bronchales y nunca han dudado de que querían quedarse en su pueblo, juntas forman Espelta de Albarracín. Valero desde niño ya decía a sus amigos “yo de mayor quiero ser agricultor ecológico”. Su familia se había dedicado de siempre al ganado y él, consciente del compromiso y dedicación que implican los animales, prefirió apostar por la agricultura, eso sí con algunas vacas para no perder la vinculación con la ganadería, tan necesaria para mantener una agricultura equilibrada. Decidió coger rentos de mayores del pueblo que se jubilaban y empezar con los cereales y, por supuesto, seguir haciendo trabajos con la maquinaria para completar la economía familiar. En total actualmente lleva 320 hectáreas que alquila a distintos propietarios. La agricultura es sacrificada e incierta, como nos decía Laura “desde que se siembra en octubre hasta que se cosecha a principios de agosto has de estar mirando al cielo cada día”. Y es que los campos que cultiva Valero están a casi 1.600 m de altura y son, sin duda, los que más tarde se cosechan de toda la península. En Bronchales, las condiciones climáticas son extremas, “para nosotros aquí la Filomena es todos los años”, bromeaba. “Con las condiciones que tenemos en este territorio las producciones son muy bajas. La agricultura salvaje (agroindustrial) en zonas de baja productividad no funciona, lo único que hace es degenerar el suelo. Hay que buscar alternativas, si no nuestros hijos ¿qué van a hacer?”.
Valero es inquieto y autodidacta. Experimenta y busca alternativas a los problemas y dificultades que van apareciendo. Ha probado infinidad de cultivos que se puedan adaptar a las bajas temperaturas y a los ataques de la fauna salvaje “por aquí cada vez hay más ciervos que se lo comen todo, es un problema grande. Hasta probamos Cártamo, un cultivo parecido al cardo, pensando que esto los detendría, pero se comieron todos los cogollos”. Han apostado por las variedades antiguas, menos productivas pero mucho más rústicas que se adaptan mejor a las condiciones. La opción más segura, por ahora, ha sido la espelta, la reina de los cereales, para Valero.
La espelta, Triticum spelta, es un trigo antiguo adaptado a climas húmedos, fríos y suelos duros. Estuvimos visitando sus campos de espigas muy altas y lustrosas. Valero nos contaba “la espelta es inteligente, además de guapa. Solo da el salto al espigado cuando tiene las condiciones idóneas. El resto de los cereales espigan cuando llega su ciclo, en cambio la espelta se espera. Así lo que consigue es un espigado óptimo”. Además, las características de la propia espelta y su cultivo a gran altura, como en Bronchales, la hacen mucho más resistente a las plagas, enfermedades y parásitos. Esto permite que el cereal conserve mejor sus propiedades y nutrientes. ¡Gran descubrimiento! Hemos tenido la suerte de comer la pasta de Espelta de Albarracín durante varios días esta ruta. Es deliciosa, la digestión no es nada pesada y nos ha dado un montón de energía para pedalear.
La espelta, a parte de las propiedades agronómicas, tiene un gran valor nutricional. Laura nos contaba “tiene menos proporción de gluten, es más rica en fibra y vitaminas lo que la hace mucho más digestiva y nutritiva e ideal para los intolerantes. Muchos deportistas que vienen a entrenar a Bronchales tienen la espelta incluida en sus dietas”. Laura y Valero quieren que su amor por la espelta llegue al plato. Por eso, desde el 2012 la transforman en harina y con ella hacen pasta seca que envasan en Bronchales y comercializan en mercados, grupos de consumo, tiendas de la zona y pedidos online. A día de hoy, el proceso de transformación no lo pueden hacer ellos, aunque es su sueño. La espelta, al igual que el arroz, tiene una cascarilla que envuelve el grano y, por tanto, la transformación requiere maquinaria específica.
“Yo no puedo entender el futuro de la agricultura si no es en ecológico. Hemos de poner nuestra vista en el suelo, hay que regenerarlo, hay que aprender. En agricultura, y más en ecológico, todos los días se está aprendiendo” reflexionaba Valero. Su proyecto sigue adelante con fuerza, quieren incorporar más variedades antiguas en sus tierras y poder cerrar el ciclo: utilizar el estiércol compostado de sus animales para fertilizar los campos, producir cereal de calidad, transformarlo y alimentar de manera sana y justa. A Laura y a Valero se les ilumina la cara cuando hablan de su sueño, de poder tener en Bronchales su central de transformación con una descascarilladora y un molino para hacer harina de espelta y que su cuñada, en la panadería que hace poco ha cogido, haga pan de excelente calidad. Están en ello, confiamos que los fondos Next Generation apostarán por este tipo de proyectos.
Seguimos nuestro camino por la comarca de Sierra de Albarracín deseosas de encontrarnos con personas como Laura, Jorge y Valero que ponen el foco en los recursos del territorio “haciendo de estos pueblos una forma de vida mejor” como decía Valero. Porque los cambios han de venir desde los pueblos y en Bronchales se está demostrando.