30 de agosto de 2021, Albalate del Arzobispo
Cuidar el suelo para regenerar la vida
Llegamos a Albalate del Arzobispo en un día borrascoso. Pedalear con lluvia suave es una delicia y así fue nuestro camino, rodeadas de suaves laderas de vegetación baja que terminó en la preciosa vega del río Martín con huertas de frutales, chopos, olivos y almendros. Nos encontramos con José Ángel y Jaime, dos jóvenes orgullosos de ser y estar donde quieren, de trabajar en el sector primario, produciendo, innovando y facilitando la transferencia de conocimiento para mejorar la agricultura. José Ángel, Jaime y Eva forman Agrocultivate, una joven asesoría agrícola que ofrecen “aquellos servicios que como agricultores habíamos necesitado al principio” nos contaban.
“Soy agricultor desde siempre, eso se mama”, decía orgulloso José Ángel, oriundo de Albalate del Arzobispo. Con 18 años no quería estudiar, pero en su casa le animaron, y se apuntó a un grado superior en organización de empresas agroalimentarias. “Luego seguí con la ingeniería agrícola en Huesca. Me fui de Erasmus a Finlandia y conviví con un montón de nacionalidades, estuve colaborando con un centro de investigación, y me gustó tanto que me quedé un año”, nos contó. Finlandia le abrió la mente a nuevas ideas. Conoció la agricultura regenerativa centrada en la observación y el manejo de los agroecosistemas a partir de la recuperación del equilibrio del suelo y de su microbiología asociada. Cuidar de la fertilidad y la salud de la tierra ha sido tradicionalmente una prioridad para las comunidades campesinas que bien sabían que la obtención de alimentos dependía de ello.
El cuidado a la tierra pasó a un segundo plano con la llegada de la agricultura moderna o agricultura convencional, que basa el manejo de los cultivos en el uso de fertilizantes de síntesis para la nutrición de las plantas (los conocidos compuestos NPK: nitrógeno, fósforo y potasio), pesticidas y herbicidas para el control de plagas, enfermedades y las llamadas malas hierbas. Esta nueva agricultura llegó con la promesa de aumentar las cosechas para acabar con el hambre en el mundo. La clave: simplificar la agricultura y alejarla de la diversidad y equilibrio que la naturaleza alberga en todos sus procesos. Se estandarizó el manejo de los sistemas agrícolas con los monocultivos, introduciendo la mecanización y tecnificación gracias a la aparición de maquinaria pesada: grandes tractores para arar cada vez con más intensidad la tierra, dejándola desprotegida y a merced de la erosión. Se desarrollaron nuevas variedades de cultivos altamente productivos, homogéneos para poder cultivar en cualquier lugar, siempre que vayan asociados al paquete tecnológico que proveen las grandes empresas de la agroindustria: semillas, fertilizantes, plaguicidas y herbicidas controlados por un puñado de grandes corporaciones.
Europa, devastada tras la segunda guerra mundial, vio en esta propuesta una solución a sus problemas: reconvirtió su industria armamentística en industria para la producción de alimentos. Las fábricas de tanques se utilizaron para la obtención de grandes tractores y las factorías de munición y armas se reconvirtieron en fábricas para producir fertilizantes químicos: plantas en las que se elaboraba el famoso agente naranja se volvieron productoras de pesticidas y plaguicidas al servicio de la nueva agricultura. La llamada Revolución verde se extendió como la pólvora. Una nueva manera de entender la agricultura colonizó los campos, las universidades y los mercados de valores. Tras casi un siglo de recorrido las promesas de acabar con el hambre en el mundo no han llegado. Esas variedades superproductivas se muestran cada vez más sensibles y generan más problemas. Cada vez son más las dificultades asociadas al control de plagas o a malas hierbas resistentes a herbicidas. Acuíferos contaminados por nitratos a causa del uso indiscriminado de fertilizantes de síntesis. Agricultura petrodependiente y responsable de casi un 26% de las emisiones antropogénicas de GEI.
Estas prácticas agrícolas también nos han conducido a la pérdida de suelo, provocada por la erosión. Cada año perdemos 24.000 millones de toneladas de tierra fértil que van directamente al mar. Y lo más grave, la fertilidad de nuestra tierra, de nuestros suelos, aquello que asegura la producción de alimentos, ha disminuido de manera dramática. La fertilidad es la capacidad de un suelo para alimentar a las plantas que en él se establezcan, y hay tres pilares fundamentales para mantenerla: la materia orgánica, la microbiología y los minerales. La materia orgánica, es decir, los restos vegetales descompuestos que pasan a formar parte del suelo en distintos procesos de humificación, favorece el acceso a los nutrientes que las plantas necesitan, aumenta la capacidad de acumulación de agua de ese suelo que se convierte en un sumidero de carbono que evita que el CO2 se expulse a la atmosfera. Promover una agricultura que priorice el aporte de materia orgánica en los campos debería ser una práctica agrícola obligatoria en un escenario de crisis climática como el que estamos viviendo. El segundo pilar de la fertilidad está asociado a la microbiología, y a la edafofauna (los animales que viven en el suelo) responsables de mantener la cadena trófica, el ciclo vital y la actividad metabólica del suelo que permite que los nutrientes estén disponibles para que las plantas los puedan absorber. Los minerales presentes en el suelo quedan disponibles para las plantas gracias a la acción de los microorganismos, que los preparan para ser asimilados por las raíces. Y todo este proceso, increíblemente coordinado y equilibrado, forma parte esencial del ciclo natural y es gratuito para el agricultor, que debería solamente preocuparse en mantener las condiciones adecuadas para que esos procesos se sigan dando. Cuando un suelo está muerto, sin la microbiota responsable de procesar los minerales, no hay otro remedio que aportar estos minerales de forma inorgánica. “Como nos demuestra la naturaleza una y otra vez, los humanos no podemos pretender controlar la química indefinidamente sin controlar, conocer y respetar la biología”, señala Francesc Font en su libro Arraigados en la tierra.
A partir de estas premisas, como resume Francesc Font, amigo y colaborador de Agrocultívate, “la agricultura regenerativa se basa en potenciar los procesos naturales, priorizando, por ejemplo, las fuentes de energía renovables como el sol, en lugar de combustibles fósiles. Se basa en alinearnos con la naturaleza, aprovechando sus mecanismos, e intentar no ir nunca en su contra, puesto que hacerlo sale muy caro, significa librar una batalla absolutamente imposible de ganar… Un modelo que propone ir a la raíz del problema para buscar las causas y no conformarse solo con actuar sobre sus efectos. El objetivo principal sería comprender el agroecosistema y mejorarlo con cada acción realizada”.
Este es el enfoque de la asesoría Agrocultívate, con Joel Salatin y Darren J. Doherty como referentes, pero “siempre desde la experiencia que nos confiere nuestra trayectoria y experiencia como agricultores, en nuestras explotaciones. Primero lo probamos en nuestras fincas y luego lo proponemos en las asesorías. Para nosotros es importante trasladar un enfoque profesional de la agricultura”, nos contaba Jaime. “Cuando un agricultor nos contacta es porque tiene algún problema y lo primero es hacer un análisis de la realidad completa del suelo para poder empezar a evaluar las posibles causas de los desequilibrios. Después ofrecemos recomendaciones e intentamos dar herramientas al agricultor para que pueda ser autónomo”, nos contaba José Ángel. Si una planta tiene más disponibilidad de un elemento, lo absorberá y a su vez también entrará más agua, para equilibrar la concentración. Esto provocará que los tejidos sean más blandos, creando plantas más débiles y con más riesgo de ataques de plagas y enfermedades. Esto ocurre con el uso de fertilizantes de síntesis química. “La mejor opción para llegar al equilibrio en la disponibilidad de elementos es aumentar la cantidad de materia orgánica y fomentar la microbiología del suelo, manteniendo la cobertura vegetal y un buen manejo que reduzca al mínimo el laboreo” explicaba José Ángel. “El funcionamiento óptimo de un agroecosistema debe integrar agricultura y ganadería a través del manejo holístico y el pastoreo rotacional”, explicaba José Ángel. En este sentido, uno de los proyectos que están asesorando para mejorar el pasto es La Albarda. “Para las propuestas que lanzamos proponemos cambios lentos. Es importante que haya un equilibrio entre la parte agronómica y la económica, los números también tienen que salir”, reflexionaba José Ángel.
Tuvimos la suerte de visitar dos de las fincas que José Ángel maneja siguiendo criterios de agricultura regenerativa. “No es un proceso rápido. En estos campos invertí 4 años hasta ver los cambios, hasta que se formó suelo fértil y se recuperó la dinámica de la vida”. Estuvimos en un campo de olivos y otro de almendros y comprobamos cómo el suelo se ha recuperado. Diez centímetros de tierra negra, esponjosa y fresca atestiguan que las prácticas de regeneración del suelo han obtenido buenos resultados. “Los primeros años utilizábamos muchos biopreparados, y nos volvíamos locos por identificar la microbiología del suelo. ¿De qué nos sirve saber la microbiología si no conocemos más que el 5% de lo que ocurre en el suelo? Ahora nos centramos en buscar que el suelo esté en equilibrio, no hace falta saber por qué, sino ver que funciona”. Con un suelo equilibrado, se refuerzan las defensas naturales de las plantas. El desequilibrio genera tejidos blandos que harán a las plantas débiles. “Cada vez simplificamos más las prácticas, ahora en lugar de desbrozadora estamos utilizando el Roller Crimper, un apero para regenerar suelos sin labranza que en lugar de cortar la hierba, la dobla y la deja tendida, así se crea cobertura vegetal que retiene humedad y microbiología, ralentiza la degradación permitiendo que la descomposición sea más lenta y el suelo esté más protegido”. Como nos decía Javier de Calanda, para avanzar en una agricultura respetuosa y en equilibrio es necesario aunar fuerzas entre ciencia, escuelas agrarias, técnicos y agricultores. Una parte importante para Agrocultivate es la investigación y la transferencia de conocimiento y por ello participan en distintos proyectos. Uno de ellos, EMAECAS, confirma los beneficios asociados al uso de cubiertas vegetales en el cultivo de almendro reduciendo los gastos directos del cultivo, aumentando la humedad en el suelo y la cantidad de minerales disponibles. Los resultados confirman que el manejo orgánico de los almendros es más rentable que el convencional. Otro de los proyectos en los que están trabajando es ECOSDIR, en la mejora productiva, ambiental y económica del cultivo de cereal ecológico en siembra directa. “Este estudio ha demostrado que el sistema de siembra directa puede reducir los gastos en las explotaciones cerealistas en un 20% frente al laboreo convencional y que el sistema de cultivo ecológico puede aumentar los ingresos en un 30%” explicaba José Ángel. “Extraer datos que confirmen que las prácticas de agricultura regenerativa son más viables, sostenibles y rentables es necesario. Difundir los resultados es esencial porque hay mucha investigación que no se conoce”. Iniciativas y jóvenes formados y con visión como los integrantes de Agrocultivate son piezas clave para la obligada transición que la agricultura y la ganadería deben realizar de manera generalizada para preservar la fertilidad que permitirá alimentar al planeta en los años venideros.
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