Antes de abandonar la provincia de Teruel el río Mijares forma un valle. Entramos por Casa Bolea. Las laderas abancaladas, el agua y la frondosidad nos dejaron con la boca abierta. Ya nos lo dijeron: Olba es muy especial. Es un valle muy fértil, con el Mijares canalizado en acequias muy antiguas que han regado huertas en las que se cultivaban hortalizas y maíz. Hoy, por su microclima de suaves temperaturas, es conocido como el caribe turolense. Las huertas conforman un paisaje singular, los barrios se van integrando según el río discurre y ha atraído a muchas personas de todo el mundo.
Olba no solo es especial por su paisaje sino también por su paisanaje y la cultura asociada a él. Allí llegamos para conocer el grupo local de Gúdar Javalambre de la Red de Semillas y el trabajo que está haciendo. Fernando nos decía que “las variedades locales son imprescindibles para la vida”. Durante milenios, agricultoras y agricultores han ido seleccionando semillas heterogéneas adaptadas a las condiciones locales de clima, biodiversidad y suelo. Esta heterogeneidad confiere riqueza genética clave para adaptarse a nuevas plagas, enfermedades, condiciones climáticas cambiantes y extremas. No podemos hablar de variedades locales sin hacer referencia a todos los saberes de la cultura popular: técnicas de cultivo, prácticas de cosecha, usos gastronómicos, cualidades organolépticas… Fernando y Deme se han juntado con el objetivo de recuperar variedades locales agrícolas de hortalizas, cereales y frutales para hacer frente a la pérdida de biodiversidad local. Trabajan para impulsar una asociación de hortelanos e iniciativas de la zona y potenciar las variedades locales como herramienta para fomentar la soberanía alimentaria de la zona. Empezaron con la identificación. Entre 2014 y 2019 consiguieron localizar: manzanos, perales, cerezos, ciruelos, priscos, higueras, almendros, vides, albaricoqueros, lechugas, coles, nabos, calabacines, calabazas, pepinos, garbanzos, guijas y guijones, judías, lentejas, ajos, cebollas, acelgas, remolachas, berenjenas, pimientos, tomates, sorgos, avenas, maíces, trigos… “Me he recorrido toda la comarca hablando con los mayores. Al principio no entendían por qué pero al final se acercaban con las semillas que habían cultivado durante años” nos dijo Fernando. Con las variedades prospectadas se pasó a reproducirlas, caracterizarlas y multiplicarlas. Fernando guarda en su casa un increíble banco de semillas que refleja la gran diversidad de estas tierras. Están trabajando para la creación de un banco de semillas comarcal y un vergel frutal de conservación.
Nadia y Ferran contactaron con Fernando que les proporcionó semillas locales para su cultivo y comercialización en su proyecto La Biohuerta en el barrio de La Monzona. “Decidimos trasladarnos hacia la montaña, nos apetecía un cambio para vivir más las estaciones, la naturaleza y para criar a nuestros hijos, Unai y Bruc, con más amabilidad y libertad” nos contó Ferran. Vienen de Godella, en l`horta nord valenciana, donde pusieron en marcha el proyecto L’Agret, cultura de terra de producción de hortalizadas agroecológicas. “Pensamos que hay que conservar la biodiversidad y el producto local. Además la agroecología tiene que ser algo para todo el mundo, no solo un valor de mercado. Queremos que erradicar el mito de que lo ecológico es más caro” explicó Nadia. Por este motivo, ya habían montado en Valencia la agrobotiga L’Agret, una tienda ecológica de producto propio y local, y en La Monzona hacen un mercado de venta directa a pie de finca los martes de 18 a 21h. Compartimos la tarde en este espacio de encuentro. Muchas personas llegaban para hacer la compra de verduras y huevos ecológicos y las charradas correspondientes. Nadia les atendía y Juan y Ferran cosechaban los productos, ¡más fresco imposible! Juan, argentino, y Teresa, alemana, acompañan a Ferran y Nadia. Se dedican al teatro de calle, malabares y clown con su compañía Coco y Machete y llegaron a España con su hija Maira viajando en bicicleta. “Siempre hemos sido un poco nómadas pero llegamos a esta zona y nos enamoró. Nos estamos arreglando una casa en Los Lucas, otro barrio del valle, y como Teresa está embarazada, no nos imaginamos un lugar mejor. Conocimos a Ferran y Nadia por la escuela, Ferran me propuso trabajar la tierra y no dudé. Me gusta trabajar la huerta y aprender con él”. Estas dos familias trabajan con mucho tesón y los resultados son más que favorables. Ferran decía: “queremos mostrar que es viable que la gente viva de la huerta como aquí hace 20 años”. Las personas de La Monzona están felices de ver los bancales cultivados. Felicidad, vecina de toda la vida, se emocionaba al ver las huertas con vida y las calles con la alegría de los peques. Ferran y Nadia nos decían, “nos quedamos, el cambio ha sido a mejor. Lo bueno que tiene el valle es que está lleno de gente con intereses en común y es fácil que surjan proyectos. En Valencia, nos relacionábamos hablando, alrededor de una mesa. Aquí, haciendo, echándonos una mano”.
Como dice Gustavo Duch “planta un cole y crecerá un pueblo”. Lo comprobamos en Caneto, y el Valle de Olba es otro ejemplo con 58 peques en la escuela. Delfi llegó hace más de 25 años como profesora de la escuela pública, convencida de la importancia de una educación consciente y transformadora. Estaba formada en pedagogía Freinet, quería aplicarla y muchas familias han ido llegando al valle por este motivo. Abrir la escuela a la participación activa de toda la comunidad educativa fue un revulsivo y la clave para que la escuela de Olba se haya convertido en un referente. François, actual profesor, nos explicaba: “la escuela se organiza en distintas comisiones donde participan las familias: facilitación, espacios, huerto, bienvenida y pedagógica”. Se trabaja por proyectos: sin libros, sin exámenes. Las peques planean, implementan y evalúan proyectos que tienen aplicación en el mundo real más allá del aula. Amplía sus límites poniendo en valor la naturaleza, el cuidado mutuo, el interés, el respeto por su ritmo y la escucha. El proyecto más significativo es el huerto escolar, eje central para trabajar contenidos curriculares. Con el huerto surgió el taller de alimentación saludable, de cocina y la creación de la empresa Lusanai, gestionada por las alumnas para vender sus productos elaborados del huerto y aprender de gestión de empresas. Por su innovación recibieron el Premio Huertos Escolares Ecológicos en la edición 2016-2017.
La educación es uno de los pilares de Marta, que estudió magisterio y se formó con másteres en autoconocimiento, duelo, sexualidad y relaciones humanas. Es terapeuta y formadora de profesorado y familias en la educación emocional. Delfi le encargó un proyecto para la escuela y así llegó Educar educándonos “donde el objetivo principal es el acompañamiento de niños y niñas para aprender a ser felices. La felicidad para mí tiene que ver con cuatro aspectos básicos: tener una buena autoestima y gestionar nuestras emociones; desarrollar círculos sanos, justos e igualitarios; aprender a atravesar situaciones difíciles de la vida potenciando la resiliencia; y tener metas y saber dirigirte hacia ellas con inteligencia emocional”. Junto con Josevi, de la compañía de teatro y títeres Proyecto Caravana, crearon De puertas para adentro. “Estamos preocupadas por la violencia de género con todos los públicos, yo tenía desarrollada la idea de la matriuska y durante el confinamiento dimos forma al proyecto. Josevi se encargó de las instalaciones, Nadia hizo el diseño y Alba, el audiovisual”. Marta nos contaba que la matriuska es un recurso para entender cómo funciona la violencia a nivel interno en base a la educación emocional “detrás de la conducta, sea violenta o no, siempre hay pensamientos, creencias, autoestima, expectativas… Y al final, emociones. Con De Puertas para Adentro trabajamos lo emocional. No utilizamos vocabulario que la gente no entiende”. Llegan a los pueblos y colocan en la plaza 5 puertas como si fuese una calle más. En cada una hay una grabación en bucle. Te acercas y escuchas lo que ocurre de puertas para adentro, conversaciones cotidianas en las que subyacen violencias que conectan con la gente y llevan a la reflexión. Finalizan con un debate foro, “sorprendentemente la mayoría de la gente se queda porque les ha tocado, se necesita hablar de estos temas”. Consiguen llegar “a gente que normalmente no acude a estos espacios. Con las instalaciones que hemos creado se acaba el tabú”. Están recorriendo muchos pueblos turolenses.
Generar espacios de encuentro es fundamental para mantener el dinamismo de este valle en movimiento. Nos hablaron de muchas actividades: biodanza, teatro, circo, talleres… ¡E incluso el coro: Oldubadú! Nos juntamos con Cristina, una de sus integrantes. “En el coro te acercas a la gente y es diferente. Compartes esa parte humana y acabas conociendo a gente con la que a priori parecía que no tenías conexión”. Cristina llegó a Olba hace 20 años con la idea de vivir en comunidad y con la naturaleza, se instalaron en El Casucho a orillas del río Mijares. “Los frenos son mentales. Cuando tienes ganas las cuestiones materiales se van supliendo. Pero vivir en comunidad no es fácil y creo que no estábamos preparados. Fue un tiempo de prueba”. Tuvieron que aprender todo ya que “en nuestra generación dejamos aparcados a los abuelos para ir a la universidad y perdimos el conocimiento que se había ido creando durante generaciones y generaciones de contacto con la naturaleza”. Es una mujer sabia y quiere recoger sabiduría del resto. Está trabajando en el proyecto de libro colectivo Plantadas en la Tierra. “La idea empezó con la biografía de mi abuelo y pensé ¿y las abuelas? Nunca se escribe sobre sus vidas. Pensé en todas las mujeres inspiradoras que he conocido y he pedido a cada una que escriba su vida. Me lo están agradeciendo porque para ellas está siendo también un proceso personal. Quiero recoger historias diversas del mundo rural como ejemplo de valor, determinación, amor a la vida y a la naturaleza”. Nos emocionamos escuchándola “me hice masajista a los 47 años y con 57 hago un montón de cosas por primera vez. Para mí esto es estar despierta”.
Con Cristina fuimos a visitar a Mirko, un alemán que llegó al valle hace 15 años. Le apasiona la escalada y decía “cuando yo llegué apenas había vías y empecé a equiparlas”. Hoy hay más de 500. Alrededor de la mitad las ha equipado él y ha hecho una guía de escalada de la zona. En el año 2016, con otras amistades, compró una casa y un terreno con impresionantes vistas del área de escalada. Ahí se encuentra el refugio para caravanas Alto Mijares que gestiona y desde donde llegas andando a muchas vías en roca caliza. Desgraciadamente, en diciembre del año pasado, el refugio quedó sin suministro de agua. Con el cierre de la central hidroeléctrica la acequia del diablo, que abastecía al refugio y los huertos de Los Giles donde vive Cristina, dejó de llevar agua. Mirko encarga cubas de 15.000 litros para el depósito que construyó y seguir manteniendo el espacio con agua, con vida.
Olba, las alpujarras turolenses, es un lugar vital y diverso. Nuevas maneras de entender el ser y estar en un entorno rural confluyen. Hace unos años que la gestión del río Mijares divide a sus vecinas y vecinos. La decisión sobre el futuro de la presa de Los Toranes ha polarizado a la población. Nos abrumó respirar esa tensión. También nos entristeció ver un valle fértil con huertas que se secan, sea por el motivo que sea. Acercar posturas y encontrar soluciones comunes es el reto de nuestra generación, aprender de la diferencia sin olvidar que somos interdependientes y ecodependientes. Somos ecosistema y solo en ecosistema solucionaremos los problemas que enfrentamos.
1 Comment
¡Qué bonito trabajo estáis haciendo!
Hay un error (¿o lapsus?) en el día 4 de agosto: en vez de La Casucha, el lugar se llama El Casucho.
Saludos y fuerza, nos vemos en Alloza,
Cristina