5 de diciembre de 2022
La voracidad de los incendios
Tercer día de PedalesContraElFuego y último en la zona de Moncayo. Nos levantamos 15 personas llenas de ganas de pedalear, con nuestras alforjas, consciencia e ilusión. Después del ya tradicional calentamiento matutino al ritmo de “Holding Out for a Hero” dirigido por Yhovana capitana, nos acercamos a la base de la cuadrilla terrestre en Añón de Moncayo. Una nave preparada para albergar maquinaria y herramientas y al fondo, en un rincón, las taquillas, un sofá y una mesa. Sin agua ni luz. Cuando les preguntamos por los aseos, las duchas o un lugar para cambiarse, para nuestra sorpresa nos dijeron que no contaban con ninguna de estas “comodidades”. ¡Qué duro imaginarse a estas personas que después de horas trabajando en el monte o llenas de hollín por un incendio llegan a la base y no tienen un lugar donde poder asearse!
Juan Carlos y Alberto, dos de los componentes de esta cuadrilla, nos estaban esperando junto a Ismael, APN del Ayuntamiento de Tarazona y conductor de la autobomba de Borja, para contarnos con pelos y señales cómo comenzó el incendio del 13 de agosto a las 15.30h originado por un chispazo en un poste de luz de Añón. Ese día Juan Carlos libraba de su trabajo en la cuadrilla y estuvo de voluntario en el cuerpo de Protección Civil, Alberto, de 22 años estudiante de gestión forestal y primer año de bombero forestal, apenas se había enfrentado a incendios, e Ismael, bombero con gran experiencia tuvo que acudir con la autobomba. Las altas temperaturas, la humedad relativa bajísima, la escasez de lluvias y el viento de 80 km/h propiciaron la catástrofe. Los tres coincidieron en que todos los factores convergían en un desastre.
Ismael recibió el aviso mientras conducía la autobomba con 2.500 – 3.000 litros de agua almacenados. “Tardé nueve minutos en llegar. Allí me encontré con la cuadrilla del retén de Añón. No vi el humo hasta que tuve el fuego delante. Al principio no tendría ni 100 m2” nos explicó. El personal de la cuadrilla terrestre de Añón fue el primero que llegó a la zona cero. Trabajaron con mucha rapidez. Conectaron las mangueras a la autobomba y, al darse la vuelta, las lenguas de fuego les rodeaban. El fagüeño, viento del poniente muy caliente y seco, hizo que el incendio fuese imparable. “El fuego nos pilló. Éramos siete y tuvimos que correr. Era un incendio que en un día normal hubiéramos apagado sin problemas, pero se dio todo a favor para que terminara en catástrofe” nos contaba Alberto. “Les dije a todos que corrieran. Había que irse. Lo que de verdad es peligroso es la bofetada de calor abrasador que te desorienta. Si te coge, estás perdido”, contó Ismael. “Se incendiaron las mangueras. Fue una agonía. Nos subimos al coche y al salir el todoterreno se quedó encallado. Era todo humo, estábamos rodeados por el fuego”, relató Alberto. “Salieron corriendo del coche, parecían ratones huyendo, y se engancharon a los retrovisores de la autobomba” nos explicó Ismael. Los bomberos forestales nos contaban cómo vivieron el comienzo del incendio y nosotras nos quedamos sin palabras. Relatos estremecedores: fuego, miedo, huidas…
Ismael logró abrirse paso entre las llamas. La propagación del incendio fue feroz. Desde el helicóptero vieron como el fuego se había extendido siete kilómetros en apenas media hora y se acercaba a las casas de Alcalá. “Decidimos atacar las llamas desde el flanco izquierdo. Lo primero era asegurar a las personas, por si todavía quedaba alguien allí”. La situación era estremecedora. Los helicópteros iban de lado, “aquel día las condiciones estaban rayando el límite de lo posible. Si no hubiera habido casas en riesgo, los helicópteros no habrían salido por seguridad”. Asegurar las vidas y los cascos urbanos fue la primera preocupación de todos los equipos. Y mientras paraban el fuego delante de los pueblos, el incendio forestal seguía consumiendo bosque.
“Como lo de ese día no he visto nunca una cosa igual. Los chopos del Huecha ardían como cerillas. Había mucha sequía y mucho combustible. Llevo trabajando en incendios desde el año 94. Entre grandes incendios, incendios y conatos habré apagado más de mil… Nunca había vivido algo como lo de Moncayo”, nos contó Ismael. Estamos viviendo situaciones excepcionales que hasta ahora no se habían dado. Entre profesionales, ciudadanía y comunidad científica hablamos ya de los incendios de sexta generación que son consecuencia del abandono de la gestión del entorno natural y los efectos del cambio climático. Desde que comenzó el éxodo rural y se abandonaran los usos agrícolas, los incendios han ido evolucionando:
- Primera generación: el fuego gana velocidad en zonas de cultivo que ya no tienen gestión agrícola.
- Segunda generación: la vegetación empieza a recolonizar esas antiguas tierras de cultivo y esa nueva masa forestal no se gestiona. Cada vez hay más masa de vegetación continua por la que el fuego puede propagarse rápidamente. Surgen entonces las primeras medidas contra incendios: los cortafuegos.
- Tercera generación: la población se concentra en las zonas metropolitanas mientras que el medio rural se vacía. Los incendios ganan intensidad y consumen toda la masa forestal en la que se inician. Los dispositivos contra el fuego también crecen.
- Cuarta generación: en los años 90 se produce un boom de la segunda residencia en el medio natural. Son urbanizaciones en mitad del bosque o el campo en las que viven personas que no hacen uso del campo, no hay gestión del territorio. Son incendios muy voraces y peligrosos.
- Quinta generación: se producen cuando hay simultaneidad. Varios incendios se desatan a la vez lo que produce el colapso de los servicios.
- Sexta generación: el cambio climático ha creado las condiciones propicias para desencadenar fuego contra el que es imposible luchar. Solo se puede llevar a cabo una estrategia defensiva, es decir, establecer prioridades y decidir qué se quiere salvar. La única forma de combatirlo, señala la comunidad experta, es la prevención.
Actualmente la situación forestal empeora y todavía puede hacerse más extrema. En general, se están normalizando temperaturas impensables y períodos largos de sequía. El clima seco y árido provoca más incendios, pero los fuegos no son causados sólo por el cambio climático. La responsabilidad recae sobre la crisis climática y también sobre la falta de gestión con la errónea idea de que el territorio no se debe tocar. Año tras año la temperatura va aumentando y los veranos duran más. La acumulación de vegetación muerta, resultado de las decisiones políticas tomadas sobre la gestión de los agroecosistemas, han dejado un territorio abandonado y susceptible a incendios ingestionables. Ya lo hemos dicho en diversas ocasiones: nuestros pueblos no pueden ser un decorado o un parque de atracciones, necesitamos pueblos vivos con gestión responsable. La industrialización de la producción agrícola y ganadera y el abandono del medio rural conllevan también otros factores que se añaden a la fuerza imparable de estos megaincendios: el uso de fitosanitarios en agricultura convencional hace que haya mermado la cantidad de saprófitos, insectos, hongos, bacterias, etc. encargados de la descomposición de la materia orgánica, y que la leña muerta tarde más en descomponerse quedando combustible a disposición de incendios; la repoblación homogénea de árboles hace que el fuego sea más peligroso que en los bosques mixtos, etc.
Cris, bombera forestal de la helitransportada de Brea y compañera de Pedales contra el Fuego explicaba que “en los megaincendios son muchos los factores que influyen, pero son básicamente dos los causantes: por supuesto y en primer lugar, el cambio climático, que es una evidencia, y que lo vemos y vivimos en los radicalismos en el clima (los fríos extremos, las lluvias, las olas de calor, etc.), cada vez más evidentes y destructivos, y en segundo lugar la gestión forestal. Una buena gestión forestal que vaya más allá de limpiar los montes. Por ejemplo, se deberían crear más barreras naturales para que cuando llegue el incendio no quede fuera de la capacidad de extinción, como ha pasado este verano, y tengan que ser los operativos quienes se expongan a ser esa barrera. Cuando digo barreras naturales no me refiero a los cortafuegos. Con el éxodo de la gente a las ciudades, los pueblos se han abandonado, y con ello los oficios derivados del cuidado de los montes y del campo. La diversidad de cultivos con paisajes en mosaico y la ganadería extensiva han disminuido significativamente, y como consecuencia de ello, desaparecen las barreras naturales para evitar estos grandes incendios. Las barreras naturales siempre han existido. Pero ahora con su desaparición no sólo no evita que se produzcan los megaincendios, sino que es mucho mayor la predisposición del monte para arder, con las consiguientes dificultades para su extinción, pues muchos montes son todo una masa, el helicóptero no puede”.
Después de compartir reflexiones y aprendizajes con las bomberas y bomberos forestales, Alberto nos acompañó en bici de camino a Ambel. Recorrimos uno de los barrancos por el que se propagó el incendio y nos enseñó los trabajos que estaban realizando: “esto son fajinas, aprovechamos los troncos quemados para hacer estructuras que eviten la pérdida de suelo y reducir la erosión”. Alberto nos explicó que cuando una ladera se quema se queda desnuda, desprotegida, la vegetación ya no sostiene la tierra y cuando llueve el agua la arrastra ladera abajo. Estas fajinas funcionan como obstáculos que retienen el agua y la tierra. Y, es que, los trabajos para anticiparse a los efectos devastadores del fuego y aplicar las medidas de restauración de los ecosistemas quemados son esenciales.
Un café caliente nos esperaba en Ambel con la administración local y asociaciones locales. “Cuando el incendio llegó la situación sobrepasó a todo el mundo. La coordinación entre la población local y los efectivos fue decisiva” nos contaba Paula, la alcaldesa. Seguimos pedaleando hasta Borja y terminamos la jornada con una mesa redonda en la Casa de las Conchas. Facilitar espacios de encuentro nos parece fundamental para generar sinergias.
Seguimos nuestra ruta Pedales contra el Fuego, asimilando todas las experiencias compartidas en la zona de Moncayo. Nos esperan por delante dos jornadas de transición hasta llegar a Calatayud. Momentos para reflexionar e integrar lo vivido.