21 de julio de 2021, Guadalaviar
El valor de los recursos y las tradiciones
Los Montes Universales y la Sierra de Albarracín albergan recursos naturales, paisajes y tradiciones culturales muy valiosas. Una gestión racional de estos recursos ha permitido sostener generaciones y generaciones asentadas en estos territorios. La ganadería tenía un peso fundamental. Se tomaban decisiones a través de las mestas, reuniones de ganaderos, en las que se disponía sobre los animales extraviados y se trataban otros asuntos pastoriles. Y aquí estamos para conocer de cerca la Sierra de Albarracín, Guadalaviar y la ganadería extensiva, en especial, la trashumancia, un elemento central en la organización social de estos montes.
En Guadalaviar se encuentra el Museo de la Trashumancia y la vida tradicional en los Montes Universales. Allí nos entrevistamos con Javier, historiador de formación, violero de vocación y profesión e hijo de Guadalaviar, ante todo. Convencido del gran valor patrimonial que aporta la trashumancia, redactó los proyectos museográfico y museológico. Inaugurado en el 2001, es un pequeño museo municipal diseñado con enfoque moderno y eminente didáctico. Se puede encontrar infinidad de contenido en distintos campos: la historia, la antropología, la etnografía, la sociología, la etnoveterinaria, etc. “Vinculamos a un grupo de jóvenes del pueblo con el museo y fueron quienes se encargaron de entrevistar y grabar a las personas mayores de la zona para recoger información que actualmente se puede escuchar en el museo” recalcaba Javier. Es esencial recoger, documentar y divulgar el patrimonio inmaterial asociado a los saberes tradicionales como ya vimos con Lecciones en conserva.
“No queríamos que fuese un espacio donde solo se acumulasen objetos antiguos. Queríamos que el museo fuese motor de dinamización no solo cultural sino también económica y social, un motor de desarrollo. Además, era importante preservar y transmitir el legado cultural y el patrimonio natural protegido por las prácticas tradicionales”. Dicho y hecho. Se constituyó el Centro de Estudios de la Trashumancia y también se organizó, durante 11 años consecutivos en Guadalaviar, el Encuentro tradicional de pastores nómadas y trashumantes donde se hacían actividades y concursos para los trashumantes locales e invitaban a pueblos nómadas y pastores: pigmeos, tuaregs, bereberes, masáis, lapones, mongoles, indios Crown americanos… “Queríamos buscar las semejanzas en puntos muy lejanos al nuestro”. Aunque es un pequeño museo local siempre ha demostrado vocación universalista. Desde el museo crearon la Red Europea de Museos Pastoriles en colaboración con museos de Laponia, Francia, Hungría, Baviera e Italia. Incluso se movilizaron para que la trashumancia fuese declarada Bien de Interés Cultural del Gobierno de Aragón. El primero en Aragón asociado al patrimonio inmaterial. La trashumancia es un claro ejemplo de un sistema natural y social que se ajustan a los ciclos naturales con un aprendizaje adaptativo a lo largo de generaciones.
Tuvimos la suerte de compartir nuestra estancia con María y Andrés, cabezas de la familia Belenchón Rodríguez, su hija María y su nieta Andrea. Los Belenchones son una de las familias que hace la trashumancia por la Cañada Real Conquense. Recorren 457 km y cruzan 3 comunidades autónomas entre Guadalaviar (Aragón) y La Carolina (Jaén). En su trashumancia se juntan 4 núcleos familiares y en el viaje participan: 240 vacas, terneros y toros, 3.000 ovejas, 12 caballos, 25 perros y unas 12 personas. El camino se recorre a pie en unos 28 días con tramos de 15-20 km diarios. “Principalmente dormimos en tienda de campaña porque la mayoría de los refugios tienen las cubiertas destrozadas. Yo soy la encargada de preparar la comida y de ir con el hato. Vamos delante contactando con los ayuntamientos, buscando lugares donde asearnos”, contaba María. El hato antiguamente lo llevaban burros y era todo lo necesario para la intendencia. Actualmente lo lleva un coche con remolque.
La trashumancia sigue el modelo de movimiento migratorio de los grandes herbívoros que se trasladan entre las zonas altas y del norte en verano a zonas bajas y del sur en invierno, “Cuando trashumamos queremos evitar las dos estaciones extremas del año: invierno y verano, e intentar alargar la primavera que es cuando los animales tienen buen pasto. Cuando aquí hace frío nos bajamos al sur, sobre principios de noviembre. Y cuando en el sur empieza a hacer calor, en junio, nos subimos a los pastos más frescos”, explicaba Andrés. “De esta manera pastoreamos todo el año y los animales no tienen que estar estabulados. Tienen buena comida y están sanos, buscamos su bienestar” decía María madre. El manejo es distinto en las estaciones. En otoño aprovechan las horas de luz y en junio “se madruga más, se hace el sestero y luego se vuelve a andar para llegar al dormitorio. Donde se hace el sestero de primavera es donde dormimos en otoño” relataba María. Las personas trashumantes con sus animales siguen los ciclos naturales de horas de luz. “La trashumancia crea red y es una mezcla de culturas” siguió María madre y su hija añadió “de pueblo a pueblo se van avisando y nos esperan. Si pasamos en horas de escuela los maestros sacan al alumnado para que nos vean pasar”. “Es una forma de vida, una doble vida. Hemos de mantener dos casas: una en Guadalaviar y otra en La Carolina” concluía María madre y María hija explicaba “yo me siento de los dos sitios que no me quiten ninguno de los dos”.
María nació en El Porrosillo (Jaén) “aunque ya casi me siento de aquí, mi habla andaluza no la he perdido” decía riendo. Conoció a Andrés cuando él hacía la trashumancia con su familia a Jaén. Llevaban ya varias generaciones con ovejas merinas cuando él, con 11 años, los convenció para que empezasen con vacas. “Mi padre compró 12 becerras y el vecino que nos las vendió me dijo que yo tenía que ser el vaquero. Y así fue. Con 14 años ya hice la trashumancia entera y desde entonces no me imagino otra forma de vida”. Con él pudimos ver el amor por la trashumancia, “este trabajo o tienes amor o no lo puedes aguantar. En esta sierra, no hay otra cosa. La agricultura rinde poco y los ciervos tampoco ayudan”.
María se unió a los Belenchones cuando se casó con Andrés. Los primeros años, con sus hijos pequeños, no podía hacer la trashumancia completa. “La primera vez que la hice pude poner imágenes a todos los parajes de los que me había hablado Andrés” contaba emocionada. Y es que en la trashumancia las personas se integran en el territorio, en la cultura y en el paisaje.
Andrés y María relataban con sensación agridulce que su hija ahora tiene su propio ganado “estamos felices por ver que la familia y la tradición siguen pero nos da pena porque esto es muy duro”. María nos contaba que se incorporó hace 5 años cuando se quedó embarazada, deseaba tener algo propio en el pueblo. Fue un momento complicado, “coincidió con que Andrés cayó enfermó, pero con toda su sabiduría y la fuerza de mis hijos, esto no puede ir mal” decía María madre. Ahora es Andrés hijo quien también está tramitando la incorporación. María hija contaba “los jóvenes lo tenemos difícil porque no hay pastos disponibles. Los derechos los tenemos al incorporarnos, pero los pastos se tienen que pedir en los ayuntamientos y nos dicen que no hay suficientes”. “Esto ha cambiado mucho en los últimos 10-15 años. Dicen que los pueblos se quedan sin gente, y los jóvenes que quieren quedarse no encuentran más que pegas. ¿Cómo van a salir así adelante? Si desde los pueblos no defendemos lo nuestro, ¿dónde vamos a ir a parar?”, nos decían Andrés y María, sus padres. María hija había visto este trabajo toda la vida y orgullosa explicaba: “yo trabajo con gusto, sabía dónde me metía. Mis padres me dieron la opción de irme y decidí quedarme. Me gusta el mes de la trashumancia, es duro, pero lo disfruto”.
La ganadería extensiva, y en concreto la trashumancia, hace una labor tangible e intangible necesaria en nuestros territorios. Andrés nos dijo “los fuegos se apagan en invierno” la labor desbrozadora del ganado es indiscutible. Los datos demuestran que “los municipios de la Sierra de Albarracín que mantienen carga por encima de las 100 unidades de ganado mayor por cada 1.000 hectáreas han sufrido un 40% menos de incendios en los últimos 10 años y el tamaño medio de los incendios ha sido cuatro veces menor”. Elisa Oteros, investigadora de la cátedra de agroecología y sistemas alimentarios de la Universidad de Vic, realizó su tesis doctoral sobre la trashumancia en la Cañada Real Conquense de la mano de los Belenchones, nos contaba: “la trashumancia ha demostrado ser, no sólo una estrategia adaptativa en sí misma (basada en la movilidad), sino un reservorio de conocimiento ecológico tradicional valioso para la adaptación al cambio global”. Hay más datos relevantes: los suelos de las vías pecuarias pueden acumular un 29% más de agua, hay un 28% más de contenido en carbono orgánico respecto a los cultivos circundantes; mejoran la conectividad ecológica del territorio a través de 9.000 hectáreas de bosques; e incluso destaca el valor de la trashumancia como patrimonio cultural y factor de atracción de turismo en la zona de agostada. ¿Cómo no vamos a apoyar la ganadería extensiva trashumante? Elisa Oteros remarcaba en su tesis doctoral cuatro propuestas para que la trashumancia perviva: la implementación de esquemas de pagos por servicios ambientales, la mejora de la coordinación institucional y el fortalecimiento del capital social entre los trashumantes, la mejora de la comercialización de los productos y la restauración y conservación de las vías pecuarias.
La trashumancia a pie es el factor que más contribuye a la conservación del conocimiento ecológico tradicional y a fortalecer la capacidad adaptativa de las sociedades agrarias para lidiar con el cambio ambiental global. Andrés contaba que su familia durante un tiempo hacía el viaje en tren “en el 95 retiraron los trenes para ganado. Entonces empezamos a hacerlo con camiones. Pero no era rentable. O dejábamos los camiones o terminábamos de ser ganaderos”. Todavía hay familias que hacen la trashumancia con camiones, porque, aunque requiere más inversión económica, se puede hacer con menos personas. No se puede comparar el impacto positivo de la trashumancia a pie, pero para ello es esencial mantener las condiciones necesarias para la movilidad de los rebaños. En los últimos años han aparecido proyectos de apoyo a la mejora de las infraestructuras de las vías pecuarias. Pero no sólo es eso, como nos decía María, estas energías no tendrán el efecto deseado si no se apoyan a su vez las otras facetas de la vida trashumante “toda la burocracia que hacemos me cansa más que tres días de pastoreo”.
El ecosistema de la Sierra de Albarracín permite, no solo una actividad ganadera muy valiosa y valorada, sino que además se utilizan los recursos forestales. La actividad forestal ha modelado decisivamente el paisaje. En siglos pasados las extracciones eran poco significativas, reducidas a cortos usos madereros, transportados por los ríos.
El aprovechamiento de la madera, los recursos micológicos, y la reserva nacional de caza dotan de riqueza estas tierras. La producción agrícola de cereales y forraje ha sido siempre un complemento necesario. La convivencia entre las distintas actividades, la protección de los recursos y la conservación de los ecosistemas y del paisaje son esenciales para permitir la sostenibilidad y la calidad de vida de los habitantes. En este territorio hemos encontrado opiniones polarizadas en relación al modelo de gestión más pertinente. Es complejo, hay muchas variables que tener en cuenta y no es fácil construir espacios de encuentro para compartir opiniones y buscar un futuro común. Estas dificultades nos recuerdan a la solución de diálogo y consenso a la que llegaron en el Sobrarbe a través de mesas de concertación para poder hacer un uso equitativo y beneficioso para todas las partes de sus espacios naturales. La base para poder proponer y tomar decisiones que beneficien al territorio a medio y largo plazo es el acceso a datos e información rigurosa. No se puede permitir, lo vimos también en la anterior ruta, que la riqueza de los recursos se deslocalice en favor de grandes empresas que benefician a unos pocos. Es urgente recuperar la autonomía de los territorios rurales en la gestión de recursos, como hablamos con los hermanos Niembro en Asiego. Por eso, un pueblo organizado, informado y con espíritu crítico es la clave para construir modelos de gobernanza en el mundo rural. El camino es defender la transparencia y “fomentar el nacimiento de personas autónomas, responsables y autosuficientes, que caminan por la vida seguras”, como nos decía Francisco en Fabara.