25 de agosto de 2021, Aguaviva
Investigación e innovación en nuestros pueblos
Pedaleando entre el río Guadalope y el río Bergantes, en una antigua ermita restaurada, encontramos matraces y vasos de precipitados, una campana extractora, tres impresoras 3D, un reómetro, básculas de precisión, una mezcladora planetaria, un autoclave, una incubadora… Esta descripción parece que se adecúa más a un laboratorio que a una ermita, ¿verdad? Pues es que, en Aguaviva, un pueblo de unos 500 habitantes, tienen un espacio que es las dos cosas a la vez.
Llegamos a Aguaviva y nos dirigimos directamente a Santa Bárbara sin saber mucho lo que nos íbamos a encontrar. Esta ermita fue bombardeada en la guerra civil y hace 20 años la restauraron como espacio polivalente para actividades culturales y comunitarias, allí fuimos a dar una charla y a visitar a la siguiente iniciativa. Al llegar nos quedamos con la boca abierta, el color azul eléctrico de sus paredes contrasta con las bóvedas semidestruidas y la piedra. Una restauración muy original, complemento perfecto para un proyecto innovador. La segunda planta actualmente acoge a BIVO, centro de investigación en tejidos orgánicos, bioestructuras y biomateriales. BIVO rompe los esquemas: por tener un laboratorio en una ermita, por ser un equipo de jóvenes investigadores y por apostar por la investigación y el desarrollo en un pequeño pueblo de Teruel. Está formado por siete personas de entre 23 y 38 años: Belén, biotecnóloga, Amada, bióloga, Magda, química, Damián, ingeniero de materiales, Eva, diseñadora industrial, Lucas, biólogo y Sergio, ingeniero industrial.
Lucas nos decía que es “toda una experiencia y una oportunidad poder trabajar como investigador en un centro como este y en un pueblo de Teruel a 15 km de mi casa”. Micelio es el proyecto en el que investiga Lucas. Desarrollan material 100% orgánico y biodegradable, compuesto únicamente por sustratos vegetales en el marco de la economía circular. “Mi papel es desarrollar metodologías de cultivo de micelio de hongos de distintas especies sobre sustratos vegetales para conseguir materiales orgánicos con propiedades mecánicas altas. El sustrato que utilizamos para la producción del hongo proviene de deshechos originarios de la actividad agraria: como paja, restos de poda, etc. Nuestra idea es recoger estos materiales, procesarlos y generar un producto que tenga un valor, una utilidad, un nuevo uso y, cuando su vida útil llegue a su fin, pueda volver al mismo campo en el que crecieron las plantas pudiendo ser abono orgánico o deshacerse en cualquier lugar sin dañar”. Nos mostraron distintos ejemplos de objetos que se pueden construir con este biomaterial y nos quedamos perplejas. “Por ejemplo, para Micelio, hemos desarrollado dos modelos de cascos de bicicleta. El enfoque más importante está destinado a la construcción para sustituir materiales de difícil eliminación. La versatilidad de estos materiales es muy amplia y siempre estamos abiertas a nuevas aplicaciones juntando la creatividad con la investigación. Estamos consiguiendo piezas que dentro de poco podrán ser de utilidad en algunas industrias”, nos contaba Eva, de Alcorisa. El trabajo de Eva y las tareas que realizan son más dinámicas: “los tres ingenieros actuamos de apoyo a los investigadores tanto en solución de problemas, búsqueda de aplicaciones, análisis de resultados, y diseño de productos en general.”
Eva y Damián también colaboran en el proyecto de madera densificada analizando datos, estudiando sus propiedades mecánicas y creando nuevos moldes. “En este proyecto, a cargo de mis compañeras Magda y Amada, partimos de una madera natural, eliminamos parte de la lignina (componente de la madera que une todas sus fibras) para así aumentar su porosidad. Posteriormente lo prensamos en caliente y conseguimos que aumente su densidad. Modificamos sus propiedades mecánicas asemejándose así a algunos tipos de acero”. Con la madera densificada pretenden sustituir elementos de construcción como vigas, disminuyendo su tamaño y aumentando su degradabilidad, y también pequeñas piezas de herrajes o de automoción en forma de composite.
Eva ha sido una de las últimas incorporaciones a este equipo multidisciplinar que lidera Sergio. Sergio, de Barcelona, se trasladó a Aguaviva, el pueblo de sus abuelos, hace 3 años y BIVO nació hace, tan solo, 1 año. “Cuando decidimos montar el centro de investigación en Aguaviva se pensó que la ermita podía ser un buen lugar. Lo alquilamos al ayuntamiento, adaptamos el espacio y empezamos a montar muebles, no había nada”. El siguiente paso fue la contratación de personal en el que priorizaron los siguientes criterios: gente joven, de la zona y, a poder ser, mujeres. “Este centro es una oportunidad para que investigadores locales puedan desarrollar su actividad en su casa, para que no tengan que irse a los grandes núcleos urbanos. De alguna manera queremos demostrar que, en la España vaciada, en el medio rural, se puede hacer la actividad I+D” nos explicaba. Tiene las puertas abiertas para que la gente pueda entrar y acercarse a la labor investigadora. “Queremos despertar la curiosidad y que puedan ver que en su pueblo se hace ciencia”. Los prejuicios que la cultura urbano centrista nos han inculcado que encontrar un grupo de jóvenes investigadores con formación hubiera sido imposible en este rincón de Teruel. Nada más lejos de la realidad, este equipo de 7 personas demuestra lo erróneo de esta percepción.
BIVO alberga parte de dos cooperativas, Silvestrina y Biocore, que a su vez forman parte de la cooperativa de segundo grado Zoocánica. “Trabajan codo a codo en las tres líneas de investigación que llevan a cabo: micelio, madera densificada y tinta de impresión 3D de celulosa. “El hecho de ser una cooperativa de investigación nos permite a los investigadores formar parte de la toma de decisiones y decidir qué queremos investigar y qué no” nos explicó Sergio. ¿Una cooperativa de investigación? Como veis… Todo fueron sorpresas.
Este innovador modelo permite a las personas investigadoras ser soberanas sobre sus líneas de investigación y que sus avances repercutan de manera positiva y justa en la sociedad y en los territorios. Estas cooperativas nacen de la necesidad de reapropiarse de la investigación científica, de acercarla a la ciudadanía para que deje de estar excluida y alejada de la sociedad. Relocalizar y reapropiar esos conocimientos y saberes, para acercarlos al pueblo. El conocimiento no debe tener un único origen. Conocimiento que se genera desde los laboratorios y los centros de investigación, que se atesora en la memoria de los mayores de nuestros pueblos y que se pone en práctica en nuestros campos de la mano de campesinas y campesinos. Ese conocimiento nos pertenece y lo necesitamos para avanzar. Proyectos como Bivo permiten que la riqueza intelectual de las generaciones jóvenes de las zonas rurales pueda nutrir sus tierras y mostrar con su ejemplo que nuestros pueblos son lugares en los que se puede desarrollar cualquier tipo de actividad.
Sumamos la soberanía del conocimiento a las soberanías de las que ya hemos hablado: soberanía alimentaria, soberanía energética, soberanía de la alegría, soberanía de la educación, soberanía de la organización… Y sin duda todo pasa por la toma de conciencia. Estas soberanías nos harán avanzar y construir el futuro deseado.